INTEGRISMO, PETRÓLEO Y OTROS NEGOCIOS

Aniversarios

La alianza entre EEUU y Arabia Saudí se funda en un ambiguo acuerdo suscrito hace 70 años en Suez

JOSEP FONTANA

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La mecánica de las conmemoraciones nos ha llevado estos días a recordar los 70 años de la conferencia de Yalta, un acontecimiento que solo cobra pleno sentido si lo completamos con la reunión que se celebró cinco meses más tarde en Potsdam, que fue donde se tomaron las decisiones. Se ha pasado por alto, en cambio, otra reunión, no menos importante, que tuvo lugar pocos días después, el 14 de febrero de 1945, a bordo del crucero norteamericano 'USS Quincy' en aguas del Gran Lago Salado del canal de Suez.

Un  Roosevelt enfermo -iba a morir dos meses después- había abandonado apresuradamente la reunión de Yalta y regresaba a Washington, con una escala previa en Egipto, donde el 14 de febrero se entrevistó con Abd-al-Aziz Ibn Saud, rey de Arabia Saudí, para establecer unas relaciones de amistad que tuvieron como consecuencia inmediata acabar con las pretensiones británicas de mantener una especie de protectorado sobre los principales productores de petróleo del Oriente Próximo.

El monarca saudí se había desplazado en otra nave norteamericana, el 'Murphy', donde había embarcado con un séquito de 47 acompañantes -las mujeres debieron quedarse en tierra, ya que no se podía garantizar que a bordo se mantuviesencompletamente alejadas de la vista de otros hombres- y con un rebaño de ovejas para su propio consumo. El encuentro en el 'Quincy', que concluyó con el regalo por parte de Roosevelt de una de sus sillas de ruedas y de un avión DC-3 de pasajeros equipado con un trono giratorio que permitía al rey estar sentado siempre de cara a La Meca, abrió el camino a unas relaciones que se concretaron muy pronto en la autorización a la compañía norteamericana Aramco para construir un oleoducto hasta la costa del Mediterráneo y a las fuerzas aéreas norteamericanas para gestionar una base en Dahran. Era el inicio de un pacto que desde hace 70 años proporciona a Estados Unidos petróleo a cambio de protección armada.

Un pacto con el Estado más retrógrado del planeta, que, por su contraste con la retórica democrática empleada en aquellos momentos en la fundación de la Organización de las Naciones Unidas, a la que se invitó a Ibn Saud a integrarse de inmediato, revela las realidades profundas del poder.  Un pacto, además, que implicaba la asociación con el integrismo islámico, cuyas consecuencias no se acertó a prever. Porque si bien hubo un momento en que EEUU colaboró con los saudís en la financiación del terrorismo, como hizo en Afganistán dando apoyo a los talibanes hasta la retirada de las tropas soviéticas, no parece que se hubiese previsto que los saudís iban a seguir financiando unas actividades que luego se dirigirían contra EEUU, como las de Al Qaeda, organizada por el saudí Osama bin Laden.

Si tomamos en serio las revelaciones hechas hace pocos días por Zacarias Moussaoui, un miembro de Al Qaeda que cumple condena a cadena perpetua en una prisión de alta seguridad de Colorado, la cuestión sería muy grave, puesto que implicaría a altos miembros de la familia real y del Gobierno saudí. Moussaoui sostiene que en la base de datos de donantes a Al Qaeda que él mismo confeccionó figuraban personajes como el príncipe Turki al-Faisal, jefe de los servicios secretos, el príncipe Bandar bin Sultan, que fue durante muchos años embajador en EEUU, y muchos de los clérigos más importantes del país. Esto ha llevado a que se pida la desclasificación de documentos que pueden ilustrar la participación de los saudís en los atentados del 2001. Pienso que es ridículo montar ahora una teoría de la conspiración. Las cosas son más complejas, como fruto de la ambigüedad del pacto en el que se fundó esta alianza. Un suceso concreto puede ilustrarlo.

La mañana del 11 de septiembre del 2001, mientras en Nueva York se producía el ataque a las Torres Gemelas, el grupo financiero Carlyle mantenía en Washington su asamblea anual de inversiones internacionales, con la participación del expresidente George Bush padre, de dirigentes de diversos países y de inversores árabes, incluyendo a Shafiq bin Laden, hermanastro de Osama.Carlyle estaba especializado en negocios relacionados con la defensa, de modo que era lógico que recibiese una buena tajada de los grandes contratos que iban a ofrecerse a la industria de armamento después del 11 de septiembre. Por lo pronto, una de sus filiales firmó el 26 de septiembre, a las dos semanas del atentado, un contrato de 665 millones de dólares con el Pentágono. Cuando el 'The Wall Street Journal' reveló la participación de la familia Bin Laden en los negocios de Carlyle y señaló la sangrienta ironía de que pudiese lograr grandes beneficios gracias a la actividad terrorista de uno de sus miembros, el escándalo obligó a liquidar su inversión.