LAS VACACIONES DE .... Don Juan

Un anciano en Bruselas

JOSEP MARIA FONALLERAS

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De hecho, todas mis correderas, las declaraciones de amor eterno, la necesidad de ir de un lugar a otro, de no detenerme en ninguna estación del recorrido, de hacer camino, el deseo sin freno de prometer sabiendo que no cumplirás la promesa, de hecho, toda mi fama se resume en una sola frase: ahuyentar a la muerte.

La devoción hacia el flirteo, el afán de palpar cada día una piel diferente, de oler el perfume discreto en el lóbulo de la oreja, de besar los pies delicados, no es producto de una desazón hacia el placer sino que se convierte en una muralla que mira de ahuyentar a los ejércitos del más allá.

¿Amar? Está claro que las amé. La paciente Elvira, la altiva Ana, la robusta Zerlina. Todas fueron amadas. Y como ellas, tantas y tantas más. No por la pulsión de escribir las aventuras como si fueran episodios de un libro de historia, o como si se tratara de mariposas clavadas con una aguja. Aunque lo hice, no tenía la voluntad de coleccionar, porque quien colecciona trata de enseñar el resultado de sus propósitos. No.

El único objetivo era la lucha íntima entre yo y la Muerte que se acercaba. Cada beso, cada caricia, todas y cada una de las euforias sexuales se reducían a la acumulación de regimientos en contra del ataque final.

Ahora, viejo, en Bruselas, la ciudad más aséptica, aburrida y alejada del deseo que conozco, paseo, como discretamente, ofrezco semillas a las palomas y miro bodegones de pintores flamencos en un museo con aire acondicionado. Y espero. Acorazado con las sábanas donde tanto he amado.