El poder ciudadano

Ana Pastor conversa con Somaly Mam

La periodista Ana Pastor entrevista a la activista camboyana que lucha contra la esclavitud sexual infantil. De niña, también ella fue obligada a prostituirse en un burdel de Phnom Penh. La periodista trabaja actualmente para la cadena CNN.. «A veces no las puedo convencer de que lo dejen. Pero puedo abrazarlas. Pueden llorar conmigo y hasta llamarme después de haber sido violadas. Una niña de 5 o 10 años necesita amor, ternura y tiempo» Hay camboyanas que en la noche de bodas se sienten violadas: nadie les ha dicho qué es el sexo. Los hombres sí lo saben, han ido a los burdeles»

"Hay camboyanas que en la noche de bodas se sienten violadas: nadie les ha dicho qué es el sexo. Los hombres sí lo saben, han ido a los burdeles"

ANA PASTOR

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Tiene un premio Príncipe de Asturias y decenas de heridas invisibles de un pasado doloroso que se empeña en volver en forma de pesadilla muchas noches. Esta preciosa mujer nacida en Camboya tiene unos 40 años pero ella misma reconoce que no sabe su edad con exactitud. Somaly Mam tampoco sabe a qué debe su nombre ni si se llama así desde que nació. Tuvo que forjar su identidad como ser humano tras una infancia terrible. Cuando solo era una niña fue raptada, forzada a trabajar y violada en reiteradas ocasiones. Acabó en un burdel. Pero una noche huyó tras presenciar cómo mataban a una compañera. Desde entonces, dedica cada minuto de su vida a sacar a otras niñas de la esclavitud sexual. Mam ha viajado a España para participar en Segovia en el encuentro, organizado por el Ayuntamiento, Mujeres que transforman el mundo y hablar de su fundación. Se presenta con una frase breve y contundente: «Me llamo Somaly Mam y soy una superviviente».

-Parece increíble pero en pleno siglo XXI la esclavitud sigue existiendo...

-El tráfico de mujeres no ocurre solo en Camboya. Ocurre en todo el mundo, también en España. Es terrible y desagradable comprobar y saber que violan a niñas de dos años y las mandan a los burdeles. Nadie quiere hablar de ello. Es demasiado fuerte. Recuerdo que cuando empecé a contar que yo había sido vendida, la gente me decía: «¿Cómo se puede hacer eso a un ser humano?». Les decía que es una realidad. Está pasando. Hoy estoy contenta porque mucha gente habla del tema también aquí en España, de cómo empoderar a las mujeres, de plantear las soluciones además de detectar los problemas.

-Los culpables son evidentemente quienes trafican con las mujeres, con las niñas, pero ¿qué responsabilidad tienen las familias que, en ocasiones, venden a sus hijas a estas mafias?

-En Camboya las madres venden a sus hijas o las niñas se venden a sí mismas porque tienen que alimentarse y sobrevivir. Hay que entender la historia de mi país. La gente necesita sobrevivir si no tiene ni comida. Es una especie de sacrificio, entregar tu cuerpo a cambio de comida para tu familia. Yo no odio a los hombres pero sí les pido respeto hacia las mujeres. Y viceversa.

-¿Camboya ha evolucionado en todos estos años?

-Mi país ha mejorado. Desde el 2008 tenemos una ley que protege a nuestros niños. Cuando empecé a trabajar, si una niña era violada se consideraba que era su culpa. Ahora la gente lo entiende y puede informarse incluso a través de la televisión. Se habla del tema. Nuestro trabajo es ser optimistas y pensar que podemos cambiar a esa gente. O al menos intentarlo. Hay que tener paciencia. Yo nunca pierdo la paciencia.

-Supongo que la falta de educación sexual es parte del problema.

-En mi cultura no podemos hablar de sexo. En Camboya no elegimos a nuestro marido sino que lo escoge nuestra familia. Cuando mi hermana se iba a casar le pregunté: «¿Con quién?». Y me respondió: «No lo sé». Es una cuestión cultural. Y para que esto cambie tenemos que educar también a los hombres. Tengo una amiga que se casó y cuando llevaba un año junto a su marido aún no había practicado sexo pero¿ ¡No lo sabía!

-¿¿Cómo??

-Ella vino y me dijo: «Quiero tener hijos pero no los tengo». Así que le dije que fuera al médico. Y resulta que ¡era virgen! ¡Seguía siendo virgen! Le pregunté si había tenido relaciones sexuales y me dijo que no sabía lo que era. Organizaciones como la mía estamos tratando de educar en este sentido. Vamos a los colegios para hablar a los estudiantes de lo que ocurre y cambiar algunos comportamientos. Hay mujeres que en la primera noche de bodas se sienten violadas porque nadie les ha dicho qué es el sexo. Los hombres, sin embargo, lo saben porque han ido a los burdeles. Incluso hablamos con los clientes. Yo misma voy a los burdeles. Algunos me han contado que después de tres años de matrimonio ni siquiera han visto las piernas a su mujer. Trato de entenderles, de comprender que tenemos un problema con los comportamientos sexuales, la educación en la familia y la comunicación.

-¿Y cómo lo aceptan ellos?

-El programa con hombres lo realizamos desde 1998. Aún recuerdo la primera vez que yo misma me puse a hablar ante un grupo de militares. Pasé mucha vergüenza al principio, pero no quería que lo notaran. Me decía a mí misma: «Deja de temblar». Me miraban con extrañeza. Algunos habían sido clientes en el burdel donde yo estuve.  Algunos me habían violado e incluso pegado. Y les mire a los ojos y les dije: «Necesito cambiaros, que no sintáis placer al pegar a una mujer». Hoy el programa está funcionando bastante bien.

-Miles de niñas se han beneficiado de su trabajo contra la esclavitud sexual en estos años. ¿La conclusión es que se puede salir?

-Ahora mismo en el centro tengo 14 mujeres y niñas que han sobrevivido como yo. Están colaborando también informando del problema. Hablando con los hombres, con los clientes, incluso con sus madres. Después de estos años puedo decir que hay resultados. Hay un caso maravilloso de una niña que pudimos rescatar cuando solo tenía 6 años a la que habían violado y culpado por ello.  Me decía que quería ser abogada. Y ahora está estudiando el segundo curso de Derecho en la Universidad de Camboya. En su primer día de clase lloramos porque no podíamos creer que hubiera llegado hasta ahí. Ahora puede contar su historia para inspirar a otras, para empoderarlas. Ahora no tiene miedo.

-Su caso se parece mucho al de esa pequeña niña violada y vendida.

-Yo nací sin familia, sin nombre y no sabía qué día había nacido. Ni siquiera sé qué día puedo celebrar mi cumpleaños. Estaba triste y enfadada con todo. Odiaba a los que me rodeaban. Pero aprendí que hay que aceptar ciertas cosas. Me acepté. Asumí que no tenía padres desde muy niña pero también que no era la única en mi país. Pero lo más duro no es eso. Ni siquiera las heridas de los golpes y las violaciones. Lo peor era el silencio. Quería que alguien me preguntara: «¿Cómo estás?». Nadie lo hacía. Nos tenían encerradas en jaulas y a veces, cuando nos dejaban salir, yo miraba a las mujeres mayores esperando que alguna me hablara, pensaba que alguna podría ser mi madre. Ni siquiera me miraban. Esto era lo más duro. Invito a todo el mundo a que cuando vea a una mujer o alguien en la calle sufriendo, hable con ellos, les pregunte algo. Yo me sentía sucia y fea. Odiaba mi cuerpo y odiaba a los demás. Pero hoy puedo ir a los burdeles y hablar con las chicas. A veces no las puedo convencer de que lo dejen. Pero puedo abrazarlas. Pueden llorar conmigo y hasta llamarme después de haber sido violadas. Piensen en una niña de 5 o 10 años que es como cualquiera de nuestras hijas. Necesitan amor, ternura y tiempo.

-Las heridas de esas 7.000 niñas que han atendido son sus propias heridas. Su empatía con ellas le hace revivirlo. ¿Cicatrizan o nunca se van?

-Nunca se van. Cuando te haces una herida, vas al médico y te cura. Pero cuando la herida está en el alma, es más complicado. Lo que necesitas es ayudar a otra gente para ayudarte a ti. Cuando esas niñas tienen éxito, me curan. Lo que nosotras hemos pasado no se puede olvidar, pero les enseño que hay que perdonar. Pero no a los hombres que las han violado, que deben ser condenados, sino a las personas en general. Tienen que aceptar que esto les ha ocurrido, perdonarse y mirar hacia el futuro. Yo soy una mujer afortunada porque estas niñas me demuestran que se puede cambiar el mundo.

-¿Se puede volver a confiar en el ser humano cuando has sufrido algo tan terrible? ¿Se puede afirmar que el ser humano es maravilloso?

-¡Sí! Por supuesto! Yo confío en la gente. Las supervivientes pasamos por muchas fases, desde lo más bajo y estar en un agujero. Pero ya no tengo miedo. Ahora cuando alguna de estas chicas viaja, por ejemplo a Estados Unidos, les pregunto si están asustadas y me responden: «¿Cómo voy a estar asustada ahora con todo lo que he pasado, si ahora hablo inglés, llevo un teléfono móvil y hasta puedo acudir a la policía si me pasa algo?

Antes de comenzar la entrevista, Somaly me ha enseñado, orgullosa, la galería de fotos que lleva en el iPad. Se ha parado en una de las imágenes de una niña que lleva el pelo recogido con un alegre lazo azul. Antes de explicarme quién es, ha tragado saliva y ha mirado dos veces hacia el techo. Después, me ha contado que lleva unas horas con un fuerte dolor de estómago por el que ha tenido que pasar por el hospital. Lo achaca a los detalles que acaba de conocer sobre esa niña, otra más entregada por su propia familia a un burdel. Somaly es dura pero humana.

-¿Las pesadillas desaparecen? Cuando llega la noche, ¿sigue reviviendo todo aquello que sufrió?

-Las pesadillas siguen estando ahí. Ayer mismo tuve que ir a urgencias. Soy una mujer dura  y fuerte, pero a veces también me siento débil. Un día antes de venir estuve con una niña de 13 años. Le habían hecho de todo. La habían violado unos hombres e incluso le habían intentado cortar las piernas. Su madre no la quería, no quiso atenderla. Cuando la encontramos sentí que era yo misma. Volví a pensar: ¿cómo es posible que esto lo haga un ser humano, un hombre? La miraba, estaba traumatizada, no podía hablar. Yo lloré con ella. Me veía en sus ojos. Tuve que coger el avión a España porque me había comprometido a estar aquí, pero quería estar con ella. He pasado una noche terrible que ha terminado en el hospital por el estómago.

Somaly acepta que tiene miedo. Habla de él. Lo afronta de cara. Lucha contra él cada día y eso la hace más valiente. Incluso cuando las amenazas no solo se centran en ella. También está en riesgo la vida de los suyos por denunciar la existencia de mafias. Tiene tres hijos y una de ellas fue raptada durante unos días para asustarla y doblegarla. No quiere hablar demasiado del tema.

-¿Cómo gestiona ese otro miedo, cuando las amenazas se dirigen a sus hijos?

-He hablado mucho con ellos. Viven también en Camboya, conocen bien lo que pasa y me animan a seguir. No sé si soy una buena madre, pero lo intento. Les he explicado que les quiero porque son mis hijos pero las niñas del centro son también parte de mi vida y no puedo vivir sin ellas, no las quiero dejar. Muchas veces me preguntan si cuando sea mayor iré con ellos a vivir a Francia (de donde es el padre) o a España. Les digo que respetaré sus decisiones, pero yo me quedaré en Camboya con mis niñas.

-Vive en su país a pesar de todo. Podría haber elegido Europa o Estados Unidos, pero decidió quedarse. ¿Por qué?

-Estoy orgullosa de haber nacido en Camboya y de ser mujer. Mi país me necesita. Mis niñas me necesitan. Necesito ayudar a cambiar las cosas. No me voy a marchar. Moriré en Camboya. Quiero ver cómo mi gente mejora su vida. Quiero ver cómo se empoderan las mujeres. Quiero educar a los hombres a respetar a las mujeres. Quiero seguir hablando de este tema aunque en mi cultura no se mencione. No podemos callarnos. Yo no me voy a cansar de hablar.

-¿Cree que España está a la altura en estos temas?

-Si estoy aquí hoy es porque los españoles empezaron a ayudarme en 1998. Antes de ese momento nadie hablaba del tema. España sí lo hizo. Y especialmente estoy agradecida a la reina Sofía. No sabía quién era yo  y, sin embargo, me ayudó con amor y confianza. Solo puedo devolver todo eso trabajando, ayudando a otros.

-¿Y qué me dice de los políticos? ¿Existe voluntad de luchar contra las mafias?

-En Camboya se ha aceptado que existe la trata de mujeres, y las cosas han mejorado. No quiero estar en el mundo de la política, nunca voto. No quiero estar con ningún partido. Pero quiero que se ocupen de la gente, de la educación. Yo invito a que los dirigentes traigan a sus hijos, a los que han mandado a estudiar a otros países, para que vean nuestros centros y se lo cuenten a sus padres que están en el gobierno. Las leyes deben proteger a las niñas y no a los clientes. Hay que darles educación para que puedan elegir y plantarse ante los hombres y ante sus madres. Que sean iguales que ellos. Queremos las mismas oportunidades.

-¿Y qué se debe hacer con la prostitución? ¿Legalizarla o plantearlo es una aberración?

-Estoy en contra de los proxenetas y del crimen organizado. En un burdel las mujeres pueden ganar 500 euros, pero si le ofreces la posibilidad de ganar mil haciendo otra cosa la harán. Es fácil decir «legalicemos». Pero hay que hablar con esas mujeres, entender por qué lo hacen. Yo les pregunto en los burdeles si son felices y me responden que sí. Aunque, a continuación, si alguna tiene un bebé y le planteo si quiere verle crecer allí, responde que no. Hay que darles la posibilidad de salir. Y acompañarlas.

El tiempo se acaba, pero antes le pido a Somaly que cierre los ojos y nos describa su mejor pensamiento. En la antigua cárcel de Segovia (ahora reconvertida en centro cultural) se hace un impresionante silencio entre las mujeres que la escuchan. Ella cierra los ojos y nos regala de nuevo una sonrisa. Casi podríamos leer su mente en la que aparecen las cientos de niñas que la llaman mami. Y así, con los ojos cerrados y la cabeza bien alta, lanza algunos pensamientos. Y sorprendentemente habla de nuevo de esperanza, de futuro, de cómo emplear los próximos años como si su vida acabara de comenzar. El ser humano es maravilloso.