AL CONTRATAQUE

Amor líquido y damnificados

SÍLVIA CÓPPULO

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Sam Rader confiesa. Mira a cámara haciéndose un selfi-vídeo y asegura que tanto Dios como su mujer, Nia, le han perdonado. Nia sale detrás de él en la escena, en un segundo plano para no robarle protagonismo, y, a juzgar por su sonrisa beatífica, le perdona. Dios es sabido que no sale en Youtube. Sam, casado, 29 años, utilizó la página web de Ahsley Madison; aquella que se vende e incita con el eslogan La vida  es  corta. Ten una aventura dirigida a personas casadas y que es noticia porque unos hackers han capturado los datos de millones de clientes en todo el mundo.

Sam, a menos de cinco centímetros del objetivo, afirma que nunca ha tenido ninguna relación con nadie a través de la página, que se registró por curiosidad y que ahora ya está limpio del pecado. Nia dice que juntos luchan por mantener su matrimonio.

No es el único que públicamente se arrepiente. Josh Duggar, protagonista del reality  televisivo estadounidense 19 niños y contando, que promueve la vida familiar, la modestia y la pureza, ha admitido que se había gastado 1.000 euros engañando a su esposa. Lo ha admitido cuando ha sido una evidencia, no antes. También ha pedido perdón y, con voz compungida, ha dicho urbi et orbi que actuó como un hipócrita. En Canadá, un par de hombres se han suicidado al ser descubiertos, y en las últimas horas ya hay rankings de las ciudades con más personas apuntadas. En España, Madrid y Barcelona llevan la delantera, pero proporcionalmente Girona se lleva la palma. El fenómeno es global y a la vez se conocen muchos detalles personales. Globalidad y geolocalización personal se retroalimentan.

Embriagados

Cuando  Sam y Nia cuelgan su vídeo en Youtube, existen. Necesitan la viralización para reforzar su vínculo, diluido. Cuando Duggar hace público su arrepentimiento con palabras excesivas, el altavoz es la voz. Sam, Nia, Josh y los millones de usuarios registrados somos nosotros mismos. Sentir el deseo, transgredir la norma con la complicidad de las redes, confesar el error cuando no hay más remedio y viralizarlo todo pertenece a la más pura modernidad líquida, como dice mi admirado Zygmunt Bauman. Las relaciones amorosas se han convertido tanto en el deseo de un sueño como en una pesadilla. Con esfuerzo, establecemos lazos -sin ninguna garantía de duración- que nos permitan relacionarnos con otras personas, pendientes de que las conexiones no estén demasiado anudadas, puesto que si las condiciones cambian hay que poder soltar el nudo fácilmente para poder tener una relación, otra más, claro.

Vivimos en una época de fragilidad que genera inseguridad y despierta deseos conflictivos. Es el amor líquido que embriaga y damnifica.