Pequeño observatorio

Amigos pintores que aún me hablan

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Es posible que el lector, si un día pasea por Ciutat Vella, vea en algún escaparate la pintura de un paisaje barcelonés -con algunos monumentos- que algún turista singular podría llevarse como recuerdo. Yo he visto a un hombre pintando en la Rambla, ante un caballete plegable, pero eso era antes, porque hoy, en vez de un paisaje rural o urbano, solo podría pintar, si fuera realista, 15 o 20 cabezas humanas en primer plano. La compacta masa humana impediría cualquier perspectiva.

Yo sería incapaz de escribir nada si un desconocido se dedicara a observar las frases que voy construyendo, pero aquellos pintores de calle tienen una admirable capacidad de aislamiento.

No sé si está en decadencia el hecho de pintar al natural, o como deba decirse. Yo tengo en casa algunas muestras de ese arte. La pintura de la fachada de Nôtre Dame de París que me regaló el añorado pintor Rogent, con quien coincidí en aquella ciudad. También una pintura de Prim, muy bonita, con una serie de casas frente a un canal, o tal vez una franja de mar, que si no me equivoco es una imagen de Sète, en el Mediterráneo del Rosellón. Y unos apuntes magníficos de toros en la plaza que me regaló el amigo Coll. Y todavía la pintura de una castañera que intenta calentarse con las brasas del cubo que tiene delante.

Todos estos artistas ya han muerto hace mucho tiempo, y no diré que hablo con sus obras, pero sí miro sus cuadros de vez en cuando y pienso que hay pinturas que no envejecen y que aquellas imágenes y aquellos colores me hablan cálidamente del pasado. Aquella castañera de Hernández Pijuan existió, la encontramos en un viaje que hicimos explorando algunos pueblos de Catalunya.

También tengo un dibujo de Cesc, con quien compartía el placer de la ironía. No soy, hay que decirlo, un coleccionista de arte. Simplemente, me miro estos dibujos y pinturas como si sus autores y amigos no me hubieran dejado de hablar.