Dos miradas

Assange en Cadaqués

Los motivos de Assange para unirse a la fiesta del 'procés' son inescrutables. Quizá es por algo tan sencillo como que es un hombre privado de luz y aire fresco soñando con una paella en Cadaqués

Assange saluda desde la embajada ecuatoriana.

Assange saluda desde la embajada ecuatoriana.

EMMA RIVEROLA

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Hay que reconocer que la irrupción de Julian Assange, fundador de Wikileaks, en la fase final (o no) del 'procés' tiene algo de traca de fuegos artificiales. Un sonoro estruendo, la ilusión del ansiado eco internacional y la duda de si tanto esplendor lumínico va a acabar desvanecido en un tóxico humo negro. Quizá no haya personaje más idóneo para representar lo mejor y lo peor del órdago que estamos viviendo. Un hombre capaz de poner en jaque a las potencias mundiales, pero que vive recluido en la embajada de Ecuador en Londres. El héroe de la transparencia sobre el que penden algunas dudas razonables respecto a su relación con Putin y sus servidumbres. Por no hablar de su despectiva opinión del feminismo. ¿Héroe o villano? Quizá ni una cosa ni la otra. Quizá ambas. Convergen demasiados intereses sobre su persona como para vislumbrar la verdad.

Su enérgica defensa del referéndum ha provocado agradecimiento o desprecio según las trincheras de cada cual. Pero el hombre dejó de tener gracia el día, precisamente, de la Diada. Cuando auguró que estábamos ante el nacimiento de una nación o de una guerra civil. Gracias, Assange, con amigos como tú, hasta el incendiario irresponsable de Rajoy parece un santo.

Los motivos de Assange para unirse a la fiesta son inescrutables. ¿Idealismo? ¿Interés en desestabilizar la UE? Quizá es más sencillo: un hombre privado de luz y aire fresco soñando con una paella en Cadaqués.