Muerte en Estocolmo

Amar a un perro, amar a un gato

Los animales nos enseñan a los humanos amor incondicional. Nos quieren por lo que somos, no por lo que aparentamos

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LUCÍA EXTEBARRIA

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Se me quedó clavada en la retina una foto de entre las muchas que se publicaron del atentado en Estocolmo. Era la foto de un perro muerto, en medio de un charco de sangre. Todavía llevaba puestos la correa y el collar.  Al contrario que al resto de las víctimas, nadie había considerado necesario cubrir su cuerpo con una sábana blanca. En el atentado se contabilizaron cuatro muertos y quince heridos. Nadie incluyó  en el cómputo al perro de la foto y a otros perros que habrán fallecido. A nadie le importó el dolor de su dueño en el caso de que sobreviviera. O si falleció, el dolor de los familiares del dueño, que probablemente también contaban al perro como un familiar más.

Y sin embargo, la muerte de un perro puede ser tan o más dura que la de un familiar.  Existen tantos estudios que lo demuestran como para que el doctor Wallace Sife haya escrito una guía para afrontar el duelo por la pérdida de una mascota, un libro que  no se ha traducido aquí porque España es un país  en el que mucha gente aún cree que se debe llamar fiesta nacional a la muerte y tortura de un animal. Dice Sife que la pérdida de un perro o un gato puede ser comparable a la de un hijo o de un cónyuge, porque al morir el animal no humano el humano pierde a alguien al que siempre ha cuidado y protegido. Y porque se pierde un amor incondicional que le ha acompañado siempre.

Los animales nos enseñan eso: amor incondicional. A ellos les importa cero y menos si ganamos mucho o poco, si estamos gordos o flacos, si vestimos de marca o de harapos. Nos quieren por lo que somos, no por lo que aparentamos. Por eso decía Anatole France que hasta que no amamos a un animal una parte de nuestra alma permanece apagada.

Este artículo recibirá algún comentario escéptico de alguien que dirá eso de que «los humanos somos superiores a los animales no humanos». Pues no sé yo. Piensen ustedes, lectores, si les dieran a elegir entre irse a vivir a una isla desierta con un perro o con el autor del atentado, ¿a quién elegirían?