Análisis

Allí tampoco llegó el milagro

Las consultas que tienen una fuerte carga emocional dejan heridas, fracturas y rencores

JOAQUIM COLL

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Pese a los nervios finales, la victoria del no fue siempre la hipótesis más probable. Fijémonos que el soberanismo catalán se centró al principio únicamente en poner en valor la celebración del referéndum. Solo en la recta final se dejó llevar por el entusiasmo ante el posible milagro independentista. Por eso aquí el despliegue propagandístico esta semana ha sido tan exagerado. Tras EscociaCatalunya, se venía a decir. No hay duda de que la victoria del sí hubiera abierto un escenario completamente nuevo en Europa. El primer caso de escisión territorial en democracia. El precedente escocés se habría convertido en la locomotora de enganche para todos los que desean redibujar las fronteras internas de la Unión Europea. Habría permitido comprobar cómo se aplican los tratados. Y hasta qué punto la voluntad política hubiera modelado las dificultades objetivas de un proceso que es visto con preocupación por el resto de estados europeos. Indudablemente, el secesionismo catalán hubiera recibido un estimulo precioso en un momento de máximo desafío.

En el mejor de los casos, hubiera permitido a Artur Mas rehacer sus pasos en la línea de Alex Salmond: convocar unas elecciones para recibir un mandato claro a favor de celebrar un referéndum de secesión, supliendo la falta de legitimidad del actual proceso construido a base de equívocos y engaños. Una dinámica política que, además, coacciona a la sociedad catalana, que hoy no es más democrática sino menos libre porque muchos callan por miedo, a sus negocios, a su carrera profesional, al juicio de los otros o, sencillamente, a perder. La contundente victoria del Mejor juntos, pese a los enormes errores de David Cameron y la espectacular movilización en la calle y en las redes sociales del sí, nos deja diversas lecciones. La primera es que las consultas que tienen una fuerte carga emocional dejan heridas, fracturas y rencores, pues la otra parte pierde. La democracia no se fortalece sometiendo a la sociedad a preguntas existenciales, sino preguntándole sobre acuerdos concretos. Una propuesta de federación de todo el Reino Unido habría sido más inteligente. Y la segunda es que, ante los enormes riesgos de la secesión, existe una mayoría silenciosa que reacciona en el momento final. En Catalunya, los que creen en los milagros deberían tomar buena nota de estas y otras lecciones.