La rueda

Alimentarse, de la necesidad al deleite

JULI CAPELLA

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Como respirar, comer es una obligación. Lo hacemos tres veces al día, unas 100.000 veces a lo largo de una vida, y nunca se nos hace aburrido. Aunque para algunos sea harto difícil, para 1.000 millones, los hambrientos que hay en el mundo. También «a casa nostra», aunque los políticos no quieran verlo. La comida se necesita y se desea. En la alimentación converge nuestra parte más animal con la más intelectual y sofisticada. Vamos del chuletón troglodita a la esferificación del falso caviar. Y por encima de todo, la alimentación es el principal motor de la humanidad. Sin su auxilio no habría vida, ni por tanto casas, coches o bancos. Por eso la próxima Expo Universal de Milán en el 2015 se titula Alimentar el planeta, la energía para la vida. Tras muchos lemas insulsos, por fin uno nutritivo. A ver qué menú de soluciones nos proponen.

Pasearse estos días por Alimentaria es un espectáculo apasionante e irritante a la vez. Una lucha encarnizada por el negocio desde estrategias enfrentadas: del neoultracongelado eterno al producto caduco del mes, del auxilio de la química a los vinos libres, del exotismo de las antípodas a la frescura del huerto urbano en tu terraza.

Pero el producto hay que transformarlo. Y aquí los cocineros, presentes en The Alimentaria Experience, lucen como vedetes en sus show-cockings bajo cientos de fotos y filmaciones. Son los demiurgos de moda tras haber desbancado a los fotógrafos y cineastas de los 70, a los diseñadores de los 80, a los arquitectos de los 90 y a los deportistas de los 2000. Su trabajo creativo nos ayuda a disfrutar del placer cultural gastronómico. Ahora lo que toca es democratizarlo. Se trata de que elevemos el listón para todos. Como reivindicaban los comunistas italianos del siglo pasado cuando solo había pasta asciutta«¡prosciutto per tutti!».