La salud y el sexo

Algo más que 'salut i força...'

El aumento de las infecciones de transmisión sexual entre los jóvenes puede tener un alto precio

JORDI CASABONA

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El 4 de septiembre se celebra el Día Mundial de la Salud Sexual. En nuestro país, con cierta tendencia a redescubrir la rueda, hace años se introdujo la expresión salud sexual y afectiva, eufemismo para dejar claro que, al menos oficialmente, el sexo es eso y algo más. El matiz es ambiguo e innecesario, pues ya en el 2006 la Organización Mundial de la Salud dijo que la salud sexual «es un estado físico, emocional, mental y social de bienestar en relación a la sexualidad, y no solo la ausencia de enfermedad, disfunciones o síntomas».

La falta de salud sexual se expresa en una alta tasa de infecciones de transmisión sexual, embarazos no deseados e interrupciones voluntarias del embarazo, en problemas psicológicos, en el estigma y la discriminación hacia conductas minoritarias, etcétera. En la mujer, algunas infecciones de transmisión sexual frecuentes y a menudo asintomáticas, como la infección por clamidia, son una causa habitual de esterilidad, y otras, como la sífilis, pueden llegar a producir malformaciones fetales e incluso la muerte del bebé.

El coste individual, social y económico de la falta de salud sexual puede, pues, llegar a ser enorme. Su presencia en los medios ha disminuido, porque la estrella mediática ha sido el sida. Pero sin que ello implique una disminución de la atención al VIH, ni mucho menos, hay problemas de salud sexual mucho más frecuentes de los que también hay que hablar.

En las últimas décadas se han producido en Occidente cambios sociales que han modificado también los patrones de conducta sexual, especialmente entre los jóvenes. En España, todas las encuestas confirman una progresiva disminución de la edad de la primera relación sexual, que en Catalunya es a los 16 años. Estos cambios han supuesto un incremento de la exposición a las infecciones de transmisión sexual, que aquí aumentan no solo entre grupos tradicionalmente de más riesgo sino también entre la población adolescente más joven. En los últimos 18 meses se han notificado 27 casos en hombres y mujeres de 13 a 15 años. Según datos del Departament de Salut, la tasa de interrupción del embarazo  en mujeres de 14 a 17 años se mantiene alrededor del 7,7 por mil. Y por otra parte, el 35,9% de las chicas de 16 y 17 años han usado la píldora del día siguiente al menos una vez. Estas cifras sugieren que la exposición a relaciones no protegidas -y por tanto, también a las infecciones de transmisión sexual- entre las jóvenes es muy alto. La prevención de embarazos no deseados y de esas infecciones no se puede tratar por separado, entre otras razones porque las intervenciones que sirven para una suelen no ser efectivas para la otra, y por eso a menudo también se habla de salud sexual y reproductiva.

 

Recuerdo que desde la dirección  del Programa de Prevención y Control del Sida a principios de los 90 nos costó promover abiertamente el uso del preservativo. Desde las voces que negaban su efectividad hasta las presiones de algunos sectores católicos, todo eran obstáculos. Afortunadamente, hemos superado esa etapa y ahora mayoritariamente se acepta que la promoción del preservativo es fundamental en la prevención de las infecciones de transmisión se-

xual/VIH. En cambio, sigue siendo complejo debatir sobre la disminución del número de contactos sexuales no protegidos o sobre la necesidad de dar elementos para que los adolescentes más jóvenes sepan decir no si lo desean. Sabemos que quienes tienen la primera relación antes de los 15 años no suelen usar ningún método de anticoncepción o de barrera y que tardan más en utilizarlo. Por eso tanto el número de contactos como la edad de la primera relación han sido introducidos por Onusida como indicadores para monitorizar los determinantes de riesgo de la epidemia del VIH.

La salud pública, como cualquier disciplina de la medicina, debe basarse en el método científico, e identificar las medidas que pueden reducir la exposición a las infecciones de transmisión sexual no es una excepción. Es obligación de los profesionales, de los colectivos más afectados y de las oenegés del sector trabajar conjuntamente para identificar las intervenciones preventivas más efectivas y asegurar su sinergia con la defensa y promoción de los derechos sexuales y reproductivos de las personas.

La salud sexual de los jóvenes dependerá de si tienen o no los conocimientos, las actitudes y las herramientas para poder elegir cuándo y cómo se tienen relaciones sexuales saludables. La educación sexual en la escuela, el acceso a servicios especializados, la ausencia de desigualdades de género y de exclusión social y el debate abierto son claves para que los jóvenes tengan una respuesta adecuada a los retos y presiones de la sociedad moderna. La salud sexual es un tema técnicamente complejo y socialmente sensible, pero esconder la cabeza bajo el ala acaba teniendo un coste muy alto.