Gente corriente

Alberto Fernández: "Me sentía como en una escalera mecánica sin poderme bajar"

De ejecutivo a 'ecolencero'. Durante 15 años trabajó 12 horas diarias en publicidad, pero era infeliz.

Alberto Fernández

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NÚRIA NAVARRO

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Alberto Fernández (Barcelona, 1971) era un ejecutivo de la multinacional de publicidad más grande de España. Y era tan bueno y generaba tantos ingresos que la empresa lo mandó a Londres. Era la envidia de todos. Hasta que un día dio un repaso a su vida y vio que no era feliz.

-Tenía 31 años y llevaba una cuenta mundial de telefonía presente en 25 países de Europa. La presión era enorme, había puñaladas. Al año y medio, regresé a España, ya con un hijo, y entré en investigación de mercados y en una agencia de medios. Pero el trabajo seguía primando por encima de todo. Llevaba un equipo de 20 personas, con cuentas de 35 clientes. Empezaba a las 9 y acababa a las 9. Cuando por la noche cogía el coche, miraba mis manos en el volante y decía: «Soy una persona». Me sentía como en una escalera mecánica, yendo hacia arriba, pero sin poderme bajar, sin encontrar un rellano.

-¿Tuvo un cortocircuito?

-En el 2006 ya tenía dos hijos y una mujer embarazada de 8 meses, y me diagnosticaron una diabetes mellitus tipo 1. En cinco semanas perdí siete kilos. ¿Por qué me pasaba eso a mí, si comía todo ecológico y solo tenía 35 años? Luego la cosa se complicó con una pericarditis. Estuve dos semanas en cama. Me puse a repasar mi vida y decidí abandonar. Eso, cuando se tienen tres hijos, una mujer que no trabajaba, coche de empresa, teléfonos y seguros...

-¡Es un acto de valentía!

-Cuando atraviesas una línea de conciencia, ya no puedes volver atrás. Valoré cuáles eran mis habilidades y adónde deseaba ir. Me interesaba la ecología. Y supe que quería dejar la mayor huella ecológica posible para mis hijos y mis nietos. Porque el ritmo de crecimiento es insoportable. Necesitamos dos planetas como este.

-Se convirtió en ecoempresario.

-Mi mujer y yo queríamos que la vida de la gente pudiera ser verde sin gastar mucho más. ¿Cómo? Bajando los márgenes de beneficio.

-Suena raro eso de no querer beneficios...

-Si quisiera ser rico, me habría quedado donde estaba. Yo me niego a comprar un producto por 20 euros para venderlo a 65, porque no lo vale. No me parece ético. Los márgenes de beneficio de algunas tiendas son de escándalo. Así que abrimos una web, Verding.es, en la que empezamos a vender todo tipo de productos ecológicos, excepto alimentación. Y al final nos fijamos en la lencería. Nos propusimos hacer el mejor producto del mundo, el más puro y cercano posible, el más sexi ycool.

-El Calvin Klein ecológico.

-Algo así. Presentamos la línea, Intim by Verding, en Alemania.

-Los beneficios del arroz integral son obvios. ¿Los de una braga ecológica?

-La braguita está en contacto con las partes íntimas. Las cándidas o las cistitis se producen -aparte de por el abuso del tanga- por los productos químicos de las prendas. La gente no sabe qué hay detrás de una camiseta de 2 euros de cualquier cadena...

-Dígamelo usted.

-Detrás hay mujeres trabajando 14 horas al día, seis días a la semana, por menos de 100 euros al mes, que le dan para cubrir el 50% de la alimentación. Además, cinco millones de agricultores de los campos de algodón enferman cada año por trabajar con los pesticidas. Porque el algodón consume el 25% de los pesticidas mundiales y ocupa el 2,5% de la superficie cultivable.

-¡Todo eso en una camiseta de dos euros!

-Pero el problema no es solo cómo se cultiva el algodón, sino cómo se trata la ropa. A diferencia de China, aquí hay una normativa estricta sobre los tintes. Pero, cuando las camisetas entran en Europa, no hay registro de los tintados.

-Frente a eso, ¿qué propone?

-Compramos hilo de algodón en Grecia con certificado GOTS (Global Organic Textile Standard), lo hilamos en Alicante, tintamos las telas en Barcelona con pigmentos naturales y trabajamos las prendas en cooperativas de aquí. Para mí la legalidad es básica. En China podría sacar las prendas por una sexta parte del precio, pero entonces preferiría cerrar el negocio.

-¿Ahora es mucho más feliz?

-Muchísimo más, porque sé que aporto algo. Y porque puedo llevar a mis hijos al colegio -nos trasladamos a Bellaterra para que fueran a la escuela Waldorf - y no trabajo después de las 5 de la tarde. Antes había delegado todas las responsabilidades familiares en mi mujer. Ahora las comparto. Me costará, trabajaré mucho y ganaré menos. Pero se puede vivir bien con menos.