Bostezos y dictados en el Parlament

La maniobra para hurtar el debate sobre la ruptura exprés con España no es la única señal alarmante de perturbación democrática en la Cámara catalana

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LUIS MAURI

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Hay una generación de periodistas catalanes víctimas de estrés postraumático. Nunca cubrieron la atroz locura de la guerra como Michael Herr en Vietnam. Tampoco se impregnaron como Svetlana Aleksiévich de las vidas devastadas en Chernóbil. Se ocuparon de cubrir la información del Parlament desde mediados de los años 80 hasta el final de los 90.

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Son un puñado de hombres y mujeres marcados por el Gran Bostezo. Tres lustros de mañanas y tardes interminables, narcotizados por salmodias inanes y ese olor anestésico de la madera y el terciopelo viejos. Tres lustros de ausencia de debate efectivo, obstruido por las mayorías absolutas de la derecha nacionalista o el amordazamiento consecutivo de la oposición socialista y la conservadora a cambio del sostén convergente a los gobiernos de Felipe González y José María Aznar. Convergència pasaba el rodillo en la Cámara y el cepillo en las compañías constructoras. Aunque  esto último no saldría a la luz hasta tres décadas después.

Lo único que en aquel tiempo quebraba por un instante la fatigosa languidez parlamentaria era alguna anécdota más o menos llamativa, más o menos graciosa. Cuando el hoy corrupto confeso Macià Alavedra, orondo ‘conseller’ de Economia de Jordi Pujol, señalaba al portavoz de su propio grupo, el enjuto Raimon Escudé, y espetaba con esa prepotencia disfrazada de humor: “¡En Navidad, Escudé matará una coliflor. Jo, jo, jo!”

El Señor Cinco Minutos y el dandi

Ramon Camp, sucesor de Escudé en la portavocía nacionalista, era más conocido como Señor Cinco Minutos. Cualquier pregunta que le formulaba un periodista recibía invariablemente la misma respuesta: “Dame cinco minutos”. El tiempo que necesitaba para correr y recibir órdenes del mando.

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También estaba la dialéctica vitriólica, inteligente del archiconservador Aleix Vidal-Quadras, sin duda digna de mejor causa. La perfumada elegancia del dandi socialista Higini Clotas, siempre como recién duchado y planchado. La envarada altivez del consistente opositor ecosocialista Rafael Ribó... ¿o entonces todavía era comunista...?

El Gran Bostezo, como toda regla, tiene una excepción. El 30 de mayo de 1984, mientras la Cámara tramitaba la segunda investidura de Pujol, miles de personas convocadas por Convergència (CDC) rodearon el Parlament en apoyo de su líder, investigado por la escandalosa quiebra de Banca Catalana. Un servicio de orden de CDC usurpó la función de los Mossos como fuerza de seguridad pública y Raimon Obiols y otros diputados socialistas fueron golpeados e insultados a la salida. “Mateu-lo! Mateu-lo!”, aullaba la turbamulta al paso de Obiols.

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Pujol meneó con agilidad y pericia las bolitas e hizo pasar la querella por un atentado contra Catalunya. Y encima se puso estupendo: “¡El Gobierno central ha hecho una jugada indigna! A partir de ahora, cuando se hable de ética, de moral y de juego limpio, podremos hablar nosotros, pero no ellos”. Hoy, la familia numerosa del patriarca nacionalista, que a su sombra ha amasado una fortuna tan ingente como sospechosa, opone similares pretextos al escrutinio de la justicia. Eso es transmisión familiar de valores y lo demás, mandangas.  

Aquel episodio fue una excepción, ya está dicho. Por eso no es fácil que los cronistas parlamentarios del Gran Bostezo añoren aquellos años tediosos. A menos que la melancolía se aferre a un empleo devorado por la crisis de la prensa o al vibrante eco de una juventud dejada atrás.

Alarma roja y ululante

Con todos los matices y altibajos que se quiera, la llegada del siglo XXI avivó la labor de los informadores en el Parlament. El cambio de mayorías; la pérdida de influencia de CiU en Madrid; las piruetas suicidas de la alianza tripartita de izquierdas; la elaboración del Estatut, que parecía competir en morosidad con las obras de la Sagrada Família; el nuevo vuelco de mayorías; la eclosión independentista; los hachazos sociales; la fragmentación del arco parlamentario... Todo eso fue y es más estimulante desde un punto de vista periodístico, pese a ese agujero negro llamado ‘procés’ que engulle todas las energías políticas y periodísticas y sociales disponibles. Por lo tanto, ni hablar de añoranza. Pero sí de alarma. Alarma roja y ululante. Alarma de perturbación democrática.

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Tres décadas después de aquel día de 1984, en el Parlament vuelven a suceder hechos inquietantes. Como las maniobras del bloque independentista para reformar el reglamento y hurtarle el derecho de debatir en condiciones aceptables de tiempo y forma un proyecto de la envergadura y la trascendencia de la pretendida ruptura exprés con España.

O como esa frase inconcebible en un parlamento que le espetó la diputada de la CUP Anna Gabriel a su homólogo de Sí que es Pot Joan Coscubiela“¡No me vuelvas a dirigir la palabra!”. ¿Pero qué se hace en un parlamento sino parlamentar? ¿Se puede parlamentar sin dirigirse la palabra? Es evidente que no. Y donde no se parlamenta, se dicta. Uno dicta y los demás copian. Superado el Gran Bostezo, acaso se pretende inaugurar en el Parlament el Gran Dictado.