Alan Turing, rompiendo códigos

La obra de teatro de Whitemore abordó a fondo la complejidad del genio que diseñó el primer ordenador

JOSEP MARIA POU

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El ordenador con el que escribo este artículo y el ordenador con el que usted está, quizás, leyéndome ahora mismo, le deben mucho, sino todo, al matemático inglés Alan Turing. Él sentó las bases de «la máquina universal» y creó, en 1945, el primer diseño de un «ordenador de almacenamiento programado». Hoy, cuando todos sabemos quién es Steve Jobs y Bill Gates, muy pocos conocen la existencia de este genio que trabajó, vivió y murió en el más absoluto silencio. Silencio impuesto (secreto de Estado) por razón del trabajo que llevó a cabo en la segunda guerra mundial; silencio que se autoimpuso él mismo con respecto a su vida privada; y un silencio ingominioso que mantuvo su figura en la sombra hasta años recientes. Ese silencio, pero, se ha convertido en grito a pleno pulmón con el estreno de la película The imitation game.

El filme -un producto clásico, brillante, conmovedor, un punto convencional- desvela al personaje, pero deja muchos huecos en el aire. Uno sale del cine aplaudiendo, sobre todo, la apabullante interpretación (¡chapeau!) de Benedict Cumberbatch (no hay que ser vidente, basta con no ser tonto, para asegurarle un puesto en los Oscar de este año), pero con la sensación de que falta otra película que cuente lo que en esta se intuye y se escatima.

Mucho más valiente fue la obra de teatro Breaking the code, de Hugh Whitemore, que hace ya 28 años (1986) se estrenó en Londres, con Derek Jacobi de protagonista. Un pedazo de función como la copa de un pino, que sí entraba a fondo en la compleja personalidad del genio. El éxito de la obra, que se representó en todas partes (no aquí, no busquen en su memoria), levantó la veda y le dio nueva vida al personaje. La función se basó, al igual que la película de ahora, en el libro Alan Turing. El enigma, de Andrew Hodges. Y, sin embargo, cuánta diferencia entre ambos productos. Recuerdo, con escalofrío aún, a Jacobi, en el centro del escenario, adelantándose hacia el público y diciendo: «Aquí tengo una manzana. Y aquí, en esta vasija, cianuro potásico. Vean que fácil». Y mojaba la manzana en el cianuro y se la acercaba a la boca, mientras caía el telón.

(La BBC hizo, en 1996, una versión para televisión también con Jacobi de protagonista y (¡curiosidad!) a Harold Pinter interpretando al policía encargado de su caso. Puede verse en YouTube, a un solo click, en cualquier ordenador de los que tanto le deben a Alan Turing).