tú y yo somos tres

Alambradas en el plató

FERRNA MONEGAL

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Los nazis, hace 70 años, en las alambradas de espinos que delimitaban el campo de exterminio de Mauthausen ensayaron hacer pasar por ellas corrientes eléctricas para aumentar el castigo a los judÍos que osasen escalarlas. En Melilla, el Gobierno acaba de poner alambradas con cuchillas, que tienen la ventaja de que no gastan electricidad, pero descuartizan más, porque son afiladas como hojas de afeitar. Es el progreso. Sensibles ante las carnicerías que estos artilugios pueden provocar, El intermedio (La Sexta) ha montado una de estas tremendas alambradas en mitad  de su plató y, colocado detrás de ella, Gonzo ha entrevistado a Virginia Álvarez, de Amnistía Internacional. Esta joven nos ha dicho que la valla con cuchillas no sirve para disuadir, sino para herir. O sea, que ni siquiera es una medida de protección: es un instrumento de tortura. Y se ha marchado Gonzo entonces a la calle, a preguntar a la ciudadanía que circula. Todos los encuestados han dicho lo mismo: que se avergüenzan de que un país que se llama democrático utilice cuchillas contra los pobres desgraciados que se ven forzados a emigrar de sus países. Y ha habido un maduro caballero, de 60 años como  mínimo, que mientras reflexionaba sobre el concepto de protección a la ciudadanía, dijo con maneras educadas y correctísimas: «Yo me siento desprotegido e indefenso de verdad cada viernes, cuando se reúne el Consejo de Ministros. Allí me dan hachazos». ¡Ah! Acaba de decir el CIS que la intención de voto a favor del  PP sube, y sube, y sube. Qué maravilla. Serán los hachazos. Y las cuchillas.

EL AMOR DE SU VIDA .- Y en la zona despendolada de la tele, allá donde la astracanada brilla y nos hacen martingalas inofensivas para que nos partamos de risa (¿Quién quiere casarse con mi hijo?, Cuatro), resulta que el pollastre Fran ya ha escogido a la gallina de su vida. «¡Que entre la elegida!», decía Luján Argüelles, vestida de domingo, en la parada final de este concurso. Y no entraba nadie por la puerta. «¡Que entre la elegida!», repetía con teatral nerviosismo. Y nada, la puerta seguía sin abrirse. ¡Ah! Adornar la comedia con gotas de suspense fue oportuno. Porque la criatura elegida por Fran fue su madre, doña Mari Carmen. Decía el muchacho, con emoción: «Yo vine buscando el amor, no el sexo. Y el amor, mamá, ¡eres tú!». Moraleja: donde estén los guisos de mamá, que se quiten las tetas de la tele.