¿Y ahora qué se puede esperar?

JOAN TAPIA

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La Via Catalana ha sido un éxito porque, sean cuales sean los números, una nutrida cadena humana ha cubierto el país de norte a sur. Y este año era un ejercicio más arriesgado -también más ocurrente- que el del 2011. Logística y publicitariamente la ANC obtiene sobresaliente porque ha movilizado un sentimiento nacional catalán mayoritario -patente ya desde el recibimiento a Tarradellas- que ha logrado fundir con la notable y progresiva desafección hacia España, que tiene su principal impulso en la sentencia del Constitucional (TC) sobre el Estatut. Cuando la España oficial golpeó a Catalunya diciéndole que sus esperanzas, avaladas con matices por CiU y el PSC -y abiertas en un texto constitucional de acento catalán (Roca Junyent y Solé Tura)- de tener cada vez más autogobierno dentro de España recibieron una sonada bofetada. Y ello tras una deplorable campaña del PP contra el Estatut, manipulación artera de la composición del TC y un fallo dictado con retraso y con el pecado original de ignorar que los catalanes ya lo habían refrendado. Todo ante un Zapatero acobardado (o alelado).

Ya está hecho. Gran parte de Catalunya es independentista. Seguramente muchos lo son recientes (quizá reversibles), pero la corriente está organizada y tiene tanto la cohesión que brinda un nacionalismo agraviado como poder en los medios de comunicación (no solo públicos).

Pero que el independentismo sea la opción política más hiperactiva (pese a las distancias ideológicas y a que la hoja de ruta de Artur Mas no es la de Carme Forcadell) no quiere decir, como se proclama con fuerza para imponerlo como verdad universal, que encarne la nueva centralidad catalana. Dos razones. Una sociológica, solo la mitad de los catalanes se sienten más catalanes que españoles o solo catalanes (que tampoco es lo mismo) y la fracción más numerosa (despreciada en TV-3) la constituyen aquellos que se sienten "tan catalán como español". Otra política, los partidos convocantes no tienen mayoría parlamentaria. Durán estuvo en la ofrenda floral por la mañana pero no a las 17,14. Y la soberanía nacional está en el Parlamento.

Pero como dijo ayer Francesc Homs, hoy ya no se puede decir que el independentismo es un calentón pasajero. Está ahí y coloca a España -como dice Artur Mas-ante "un grave problema". Y a Catalunya en un momento peligroso porque el legítimo sentimiento patriótico herido puede llevar a errores.

¿Qué se puede esperar ahora?  Primero, que Artur Mas -como dice Marçal Sintes-sepa salir del atolladero y no caiga en las derivas adolescentes que denuncia el 'conseller' Vila. ¿Es posible? Segundo, que Rajoy no siga fumando puros mientras los Wert, los Montoro y otros irresponsables atizan. Todavía menos fácil. El ministro de Exteriores ha dicho algo que podría ser sensato -Rubalcaba también-, pero ayer en el Parlamento español hubo fuertes goteras que obligaron a retrasar dos horas la sesión del Congreso. Puede ser premonitorio. Y los catalanes no nos deberíamos alegrar porque lo pagaríamos.