Y ahora, la 'estelada'...
Aún está a tiempo el Gobierno de anular la prohibición de la 'estelada' en la final de Copa, si no le preocupan más las elecciones que la convivencia
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
Tras la atronadora pitada al himno español del pasado año en el Camp Nou, la final de Copa del domingo se presentaba bastante plácida para el rey Felipe. Con apenas 15.000 aficionados azulgranas en el Vicente Calderón y una eufórica hinchada sevillista ajena a estas cuitas, la cosa no podía ir a mayores. Pero en estas llegó la delegada del Gobierno en Madrid, Concepción Dancausa, para rociar con gasolina las brasas.
La prohibición de las 'estelades' en la final copera, sea cual sea su desenlace jurídico, ha desencadenado un incendio político de tales proporciones que hasta el PP de Catalunya y Ciudadanos, sin inclinaciones independentistas conocidas, han cerrado filas con el oficialismo soberanista. Y es que no es preciso suspirar por una república catalana para entender que prohibir el símbolo de un sentimiento perfectamente legítimo y democrático es el mejor modo de promocionarlo. Basta con tener dos dedos de frente.
Dado que, pese a los denodados esfuerzos de la fiscalía, la justicia ha archivado la causa de la pitada al himno español, carece de todo sentido abrir ahora otro frente jurídico con el argumento, por lo demás falaz, de que la 'estelada' incita a la violencia. Máxime cuando ni siquiera figura en el catálogo de las simbologías prohibidas por la Comisión Antiviolencia.
Si en verdad la enseña independentista engendrara el odio, el deber del Estado sería obrar en consecuencia y vetarla en todos los recintos deportivos, incluido el Camp Nou. Y, ya puestos, debería decretar también su ilegalización, cosa que no ha hecho, por cierto, ni con la simbología nazi ni con la bandera franquista, tan frecuente en algunas concentraciones en Madrid y Barcelona.
Espíritu inquisitorial
Lo que subyace esta decisión, tan arbitraria como errónea, es el afán de menoscabar la libertad de expresión de quienes piensan de modo distinto, el mismo espíritu inquisitorial que exuda la 'ley mordaza''ley mordaza'.
Aún está a tiempo el Gobierno de desautorizar a su delegada en Madrid y enmendar este despropósito antes de que lo haga justicia. Siempre que no ande más pendiente de los réditos electorales que de preservar la convivencia.
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