El 'motard' que iba al Liceu
Siempre que veía a Agustí Fancelli pensaba en esa frase hecha que se pronuncia como el mejor elogio que alguien puede recibir
Emilio Pérez de Rozas
Periodista
Licenciado en Ciencias de la Información por la UAB. Hijo de Carlos Pérez de Rozas, sobrino de Kike y Manolo Pérez de Rozas, integrantes de una auténtica saga de fotoperiodistas. Trabajó en Diario de Barcelona, fundador de El Periódico de Catalunya en 1978 también formó parte de la redacción en Catalunya del diario El País. Colaborador del diario deportivo Sport y vinculado al departamento de Deportes de la cadena COPE, que dirige Paco González. Emilio suele completar muchas de sus informaciones con sus propias fotos, en recuerdo a lo aprendido junto a su padre y tíos.
EMILIO PÉREZ DE ROZAS
Siempre que veía aAgustí Fancelli pensaba en esa frase hecha que se pronuncia como el mejor elogio que alguien puede recibir: Este sería el mejor hijo, el mejor hermano, el mejor esposo, el mejor yerno, el mejor padre que uno pudiese tener. Lo que pensaba yo era: este es el mejor amigo que uno puede tener.
Si tú tenías aFancelli (y yo lo tenía, vaya), tenías un auténtico tesoro. Una mina. Aunque no lo vieses, ni oyeses, ni leyeses a diario. Lo tenías. Yo cada vez que lo necesité, lo tuve. Porque si algo eraFancelli,no era un gran periodista, un inmenso escritor, un sesudo crítico, un sabio musicólogo, un pirado de la ópera, un inquilino de la Scala o elLiceu. Era un amigo.
Cada vez que una Triumph Bonneville se paraba junto a mi Scoopy en el semáforo, rezaba para que fuese la suya. Y, a veces, lo era. Y, claro, o no arrancábamos nunca, o nos pitaban los coches, o aparcábamos y nos tomábamos un café. Y yo escuchaba; y él hablaba. De fútbol. Del Barça. De cómo se peleaba con su enfermedad. De sus ratos buenos y sus ratos malos. De lo dura que estaba la profesión. La mía, porque la suya, la de ser amigo, seguía en auge.
Tú rozabas a Fancelli y recibías un chute de bondad. Te pasabas la mañana con él o comías en restaurantes de 10 euros el menú y salías convertido en Mozart o Guardiola. O en las dos cosas. Todo eso sin abrir tú la boca. Porque había que ser tonto para encontrártelo y querer llevar la voz cantante. Fancelli te regalaba sus conocimientos y, muy a menudo, sus textos, que podían versar sobre un concierto, la ópera, el Barça, un libro o cualquier campaña electoral. Él sí que era puro paté.
Fancelli era ese tipo de divulgador que ya no existe. Que ni crea la universidad, ni fomentan las redacciones. Agustí era un pregonero, un apóstol de la vida cotidiana, un narrador de aquello que nos interesa. Las redacciones están llenas de 'encargadores'. Fancelli era la pupila de sus ojos, toda una tentación para ellos. Pusieras el tema que pusieras en sus manos, al día siguiente era un placer leerle.
Fancelli era el Joaquín Vidal de la música, el Ramón Besa de la vida, el Randy Mamola de las motos, el Agustí Carbonell de la imagen.
Yo, al menos, nunca quise saber, ni me importó, cómo era como hijo, como hermano, como esposo, como yerno o como padre. Como amigo, ya se lo digo yo, era invencible, único, inmejorable.
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