Editorial

Agresión e indiferencia en el metro

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EL PERIÓDICO informaba ayer de la denuncia presentada por tres jóvenes catalanas de ascendencia marroquí, que presuntamente fueron insultadas y golpeadas en el metro por una mujer y algún acompañante a causa de su apariencia. El caso, pendiente de esclarecer por los Mossos, invita sin embargo a la reflexión sobre unas circunstancias que se dan de forma recurrente. Es evidente que toda actitud racista o discriminatoria es condenable, pero resulta paradójico que muchas de estas manifestaciones se hagan contra personas que son conciudadanas. No es ni más ni menos grave, pero indica que ignoramos lo que nuestra sociedad ha llegado a cambiar. ¿Qué significa mandar a su tierra a alguien que ha nacido en Terrassa o Rubí, o que lleva la mayor parte de su vida entre nosotros? Como decía una de las jóvenes agredidas: «Aquí no pego estéticamente -lleva un hijab que le cubre el pelo- y en Marruecos no pego intelectualmente». Mejor definido el problema, imposible. Es el mal que alimenta lo que estamos viviendo en la civilizada Europa. Y la solución está en manos de todos, en respetar la diferencia y aceptar la igualdad.

Punto y aparte merece otro comportamiento, como el que Sonia García explica hoy en este diario. No se piden heroicidades, pero sí solidaridad. La pasividad ante cualquier acción agresiva, la indiferencia hacia lo que le ocurre al otro, son reflejo de una sociedad en la que nos vamos aislando y en la que compartimos poco más que la grabación de la agresión que hemos hecho con el móvil.