El futuro de una zona con una historia turbulenta

Afganistán, regreso al pasado

Cuando se estabilice, el país se parecerá a lo que fue entre 1750 y 1973 con ordenadores, wifi y Twitter

PERE VILANOVA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En este comienzo del 2015, cerrado el ciclo de la última intervención internacional en Afganistán, muchos analistas intentan hacer balance y algo de prospectiva de tan complicado caso. Pero se suele poner el acento en aspectos relativamente colaterales, como que «ha sido la guerra más larga que ha librado EEUU», o el fracaso de la coalición internacional ISAF, formada en su momento por hasta 50 países. No es que esta dimensión, la de los actores externos, no haya sido importante en estos últimos 13 años. Pero este enfoque no permite entender realmente qué es Afganistán, de dónde viene y sobre todo, adónde va.

Ante todo, hay que mirar al pasado. Afganistán es uno de los pocos países actuales que no ha sido nunca colonia de nadie. Ha sido invadido varias veces, de mala manera, desde Alejandro Magno hasta hoy, pasando por los mongoles, pero ningún invasor ha podido quedarse, todo extranjero debería saber que en este país se está de paso. Y si no, que se lo pregunten a los británicos y sus desastrosas tres guerras anglo-afganas de hace más de un siglo. Tres veces entraron desde Pakistán y tres veces tuvieron que salir, derrotados. Este tipo de herencia está anclada de algún modo en la memoria histórica de los afganos, y en fechas recientes ignorarlo ha costado caro a potencias hegemónicas como la Unión Soviética en los años 80 y a EEUU y sus aliados ahora. También hay que tener en cuenta que en última instancia Afganistán está en guerra civil desde 1973. O, en todo caso, desde 1978. La primera fecha hace referencia al golpe de Estado que derribó a la monarquía Durrani (que gobernaba desde el siglo XVIII), dirigida por Daoud, pariente del rey Zaheer Sha y afiliado al partido comunista. Sus orientaciones soviéticas sublevaron a la población rural y ello llevó a la segunda fecha, la intervención militar soviética, en 1979, para salvar al régimen acorralado bajo el débil liderazgo de Karmal. La guerra duró para la URSS casi diez años, perdió y, tras breve interludio, Afganistán entró en la guerra de los señores de la guerra, en la que los líderes de las facciones que derrotaron al invasor sumieron al país en el caos.

De ahí surgió, a mediados de los 90, el fenómeno talibán, término que hace referencia al plural de talib, que remite al concepto de estudiante de una madrasa o escuela religiosa. Sus líderes eran muy religiosos, pero no habían estudiado mucho, controlados como estaban por la inteligencia militar de Pakistán. En 1996 habían conquistado Kabul y a su manera pacificaron buena parte del país a base de una noción tan opresiva y brutal de la sharia que ha hecho escuela, por decirlo así.

Lo cierto es que entre 1996 y el 2001 gozaron de apoyo popular, pero en la parte poblada total o mayoritariamente por pastunes, el grupo tradicionalmente dominante. Los demás grupos, tribus y clanes, tadjikos, uzbekos, azerís, nuristanis, nunca aceptaron ese tipo de régimen, y los talibanes nunca controlaron ni el noreste del país (donde resistió el mítico comandante Ahmed Sha Massud) ni amplias franjas del norte. Con el tiempo, diversos subgrupos de pastunes entraron en disidencia, como por ejemplo la tribu a la que pertenece el expresidente Karzai o el actual presidente Ghani. Contra muchas simplificaciones, la intervención internacional del 2001, que contó con el aval de la ONU, tuvo en su comienzo el apoyo, o la tolerancia, de una parte considerable de la población. La Alianza del Norte, que agrupa a los no pastunes, no era invento o importación de Washington. Era y es un potente frente antitalibán.

Por tanto hay que fijar la atención en cómo se han gestionado estos últimos ocho años para entender algunas cosas cara al futuro. Una es que de nuevo los extranjeros se van a ir, y esto a muchos afganos les lleva a aproximarse a valores seguros (su tribu, su clan, su liderazgo étnico), que tradicionalmente y sobre todo en los últimos 40 años les han dado capacidad de supervivencia en el caos. La segunda cuestión es que Afganistán seguirá en guerra civil, es decir grupos organizados sobre bases étnico-lingüísticas y tribales luchando entre sí por el control de la capital, pues las otras grandes ciudades tienen dueño desde siempre. Porque en la capital está el poder y sus atributos, el control de los (inmensos) recursos que ha invertido la comunidad internacional y la gestión de la corrupción. Frente a esto, no es realista pensar en una insurgencia talibán como organización única, estructurada piramidalmente, con un proyecto político de retorno al régimen del mismo nombre. Veremos quién se impone a quién, y, cuando un día se estabilice, Afganistán se parecerá a lo que fue entre 1750 y 1973. Más los ordenadores, wifi y Twiter. La gobernanza no se construirá con operaciones de import-export, la lección debería haber sido aprendida. Y no.