La gobernabilidad de Barcelona

Ada Colau, sin proyecto ni mayoría

La alcaldesa y BC descubren que muchas ideas son bastante más complejas a la hora de su ejecución

JOAQUIM
Coll

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Es pronto para valorar la gestión de Ada Colau, pero podemos anticipar que su alcaldía presenta dos graves problemas. A la ausencia de un proyecto sólido de ciudad, más allá de la frescura de su liderazgo o de la bandera de la participación, se suma la falta de una mayoría política de Barcelona en Comú (BC). El espejismo de haber sido investida en primera votación gracias al apoyo gratuito que le prestaron ERC y PSC (más uno de la CUP) no debe hacernos olvidar que pretende gobernar con tan solo 11 regidores sobre 41. Si los 14 ediles con los que contaba Xavier Trias en el mandato anterior ya eran insuficientes para cubrir la compleja maquinaria municipal y las funciones de representación, lo de ahora es un auténtico imposible. El PSC siempre logró gobernar con otros socios. Solo cuando no pudo renovar esos acuerdos en el 2007, porque ERC prefirió dar solo un apoyo crítico desde la oposición, Jordi Hereu acabó perdiendo las siguientes elecciones. A Trias le sucedió lo mismo. La deriva separatista imposibilitó el pacto estable con el PP. Dicen que no hay dos sin tres, y Colau puede perder en el 2019. Por ahora, el alcalde que no logra sacar adelante presupuestos, ordenanzas, planes, etcétera, lo acaba pagando muy caro.

En junio, la posibilidad de alcanzar un acuerdo con republicanos y socialistas se pospuso hasta después del 27-S, y ahora la alcaldesa ha decidido seguir a la espera de lo que pueda ocurrir el 20-D. Los primeros cinco meses de mandato muestran un gobierno municipal errático en sus anuncios que se mueve en la provisionalidad, que afecta incluso a bastantes cargos de confianza. Tras el fracaso de Catalunya Sí que es Pot y ante las perspectivas menguantes de PodemosColau ha decidido impulsar una operación para reflotar la izquierda alternativa que la aupó a la alcaldía. En Barcelona, los resultados fueron particularmente desastrosos para la lista de Lluís Rabell, que quedó por debajo de la CUP. Ahora el objetivo es recuperar ese voto aprovechando que los cuperos no concurren a las generales. Se trata de pescar en el caladero del separatismo antisistema, parte del cual apoyó a Colau en mayo. Solo así se entienden su reciente advertencia de que si el Estado no accede a una consulta legal no descarta hacerse independentista, su desafortunado tuit hablando de genocidio a propósito de la fiesta de España o su entusiasta participación en un acto de apoyo a Mas, Rigau y Ortega por la querella del 9-N.

Cierta decepción

En estos casi cinco meses, el termómetro de la acción del nuevo equipo municipal indica que únicamente ha dado la sensación de movimiento a base de anuncios mediáticos que luego ha tenido que rectificar, sobre todo para echar el freno a cuestiones tan relevantes como el turismo con el argumento naíf de que «Barcelona tiene que ponerse a pensar». La moratoria hotelera indiscriminada fue derrotada en la comisión de economía y hacienda por el resto de los grupos, excepto la CUP. En realidad, BC no había trabajado a fondo muchas cuestiones que llevaba en su programa, básicamente porque no creyó que acabaría gobernando, y ahora descubre que muchas ideas son bastantes más complejas en su ejecución. Otros sonados anuncios han acabado en marcha atrás, como las luces de Navidad, cuyo encendido se quería retrasar al 1 de diciembre. Los comerciantes se unieron para quejarse de la unilateralidad de una medida que les hacía perder el primer fin de semana de la campaña navideña. Pero más allá de este caso, es palpable la desconexión, cuando no la clara desconfianza, del tejido económico de la ciudad con el equipo de Colau, lo que puede liquidar el rol que el Ayuntamiento había desempeñado siempre de arrastrar a la iniciativa privada hacia proyectos de interés general. Finalmente, empieza a percibirse una cierta decepción entre aquellos colectivos que esperaban soluciones inmediatas a sus reivindicaciones. No es suficiente con invocar la palabra justicia para solucionar la espinosa problemática de los desahucios, atender las demandas sociales en Nou Barris de algunas plataformas o satisfacer la promesa de otra política fiscal, que entre otras cosas penalice el uso del coche.

El probable rechazo a las primeras ordenanzas fiscales de BC el próximo viernes puede acabar siendo un anticipo de lo que suceda con los presupuestos del 2016. Si Colau renuncia a liderar la construcción de una mayoría solvente y estable de gobierno, la maquinaria municipal y en buena medida la ciudad van a sumergirse en cuatro años de parálisis. Otro riesgo es que, ante la incapacidad de alcanzar ese consenso, se recurra a alcaldadas o a fogonazos cara a la galería, como la cruzada para erradicar los símbolos monárquicos o al populismo de celebrar los plenos fuera del Ayuntamiento. Se puede tener mayoría política y no tener proyecto de ciudad. Colau por ahora no tiene ni lo uno ni lo otro.

 Historiador.