Cien años de humillación

RAFAEL VILASANJUAN

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Aunque el acuerdo secreto entre Mark Sykes Georges Picot mediante el que Inglaterra y Francia se repartían la influencia en Oriente Próximo cumple cien años, ni Siria ni Irak están para celebraciones. Difícil saber si es el peor legado colonial de la historia, lo que sí podemos comprobar es que desde aquel acuerdo que creó la línea divisoria entre Siria e Irak y que acabó definiendo el mapa de la región, la violencia se ha multiplicado y cada vez que Occidente ha tenido la opción de intervenir en la zona, rara vez ha tomado la decisión adecuada.

Cien años después, cuando ya el Estado Islámico (EI) ha hecho saltar por los aires aquellas fronteras dibujadas en la arena para crear su califato global, el acuerdo solo ha dejado odio y desconfianza hacia Occidente y un reguero de violencia sectaria que ha hecho de esta zona una de las mas conflictivas del mundo. No solo fue un error trazar líneas en el desierto que no se correspondían con ninguna realidad social, tribal, cultural o geográfica previa. El acuerdo fue además una traición a las promesas al pueblo árabe que luchó mano a mano junto a Occidente frente al imperio

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otomano y al que se le prometió un gran estado.

Primero países, luego gobiernos

Para mantener la influencia y repartirla entre las potencias de entonces, Francia e Inglaterra, dejando de lado a los rusos enfrascados en su revolución, decidieron crear estados ficticios, asignando reyes y gobiernos, escribiendo constituciones, como si todo el territorio árabe que quedaba tras la derrota otomana pudiera parcelarse en estados modernos. Una nación construida sobre unos cimientos frágiles no podía durar, así es que como continuación al acuerdo, la potencias apoyaron gobiernos sobre los que crear estos países a partir de familias con raíces ancestrales en pequeñas ciudades o clanes.

Los Saud, provenientes de Riad -un oasis hoy convertido en capital de Arabia Saudí- los Asad de Latakia o los Husein de Tikrit son magníficos ejemplos de cómo las familias acabaron construyendo dictaduras paranoicas en vez de estados modernos a base de colocar en los cargos mas altos en el Ejército, la seguridad o el Gobierno solo a los que venían de sus ciudades y clanes. Hasta las primaveras árabes, Occidente no se cansó de fomentar este modelo pensando que sobre él se iban a construir naciones, cuando los gobernantes se mantenían en base a utilizar la represión y el terror sobre la población. En el caso de Siria e Irak, además, estas familias solo representaban a una minoría religiosa y no a la mayoría que había quedado atrapada entre las fronteras del acuerdo.

El cúmulo de despropósitos ni acaba ahí, ni es suficiente para explicar todo lo que está pasando en Siria e Irak. A pesar de que con sus caravanas de toyotas y sus banderas negras, el Estado Islámico proclamó el final del acuerdo Sykes-Picot construyendo su califato a ambos lados de la frontera, es difícil justificar el avance del estado yihadista como la herencia de unos acuerdos centenarios. Mas bien es la consecuencia de desmoronar el entramado social, político y militar que sostenía al régimen iraquí, tras invadir el país y derrocar a Sadam Husein.

Los que dirigían el delicado equilibrio de fuerzas en Irak, son quienes acabaron ingresando en el Estado Islámico, para atacar al invasor y a los nuevos gobernantes impuestos. Por eso aunque desde Occidente es imposible entender el califato, la aplicación de la sharia o el terror que ejercen las milicias radicales, sin duda es la respuesta a un siglo de humillación permanente de la que con razón o sin ella, en buena parte nos hacen responsables.