EL DEBATE IDEOLÓGICO

Actualidad renovada de la izquierda

El progresismo debe actualizar los ideales de la Revolución francesa: libertad, igualdad y fraternidad

ENRIC MARÍN

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En plena transformación tecnocrática del régimen franquista, Gonzalo Fernández de la Mora publicaba El crepúsculo de las ideologías. Con un lenguaje próximo al catolicismo europeo más conservador, el intelectual franquista anunciaba la caducidad de las dualidades ideológicas. Con el derrumbe del sistema soviético, Francis Fukuyama se atrevió a pronosticar el «fin de la historia», aunque posteriormente, se ha distanciado ostensiblemente del pensamiento neoconservador. Finalmente, la crisis política e ideológica de la socialdemocracia ha reforzado la idea de la obsolescencia de la distinción entre derechas e izquierdas. Esta es, precisamente, una de las características del renovado conservadurismo: la naturalización de la tecnocracia y la negación de todo sentido práctico al pensamiento de izquierdas.

Coincidiendo con la última fase de mundialización del capitalismo, el pensamiento neoconservador ha construido un potente artefacto ideológico formado por una confluencia de concepciones sociales, económicas, políticas y culturales. Los sistemas ideológicos no son universales o unívocos. Responden a una lógica de geometría dinámica y variable. Así pues, el nuevo conservadurismo no tiene una única expresión. Puede combinar fundamentalismo religioso con un severo darwinismo social. A menudo confunde autoridad con autoritarismo. Y liberalismo con desregulación social. Suele combinar nacionalismo y militarismo, y siempre tiende a una visión cosificada y estrictamente ritual de la democracia. No niega la cultura, pero la constriñe al ámbito del espectáculo, el negocio o la propaganda ideológica. El pensamiento conservador, hegemónico en el debate social y político de los últimos 30 años, ha mezclado de forma variable buena parte de estas características. Y ha demostrado gran eficacia para justificar o relativizar el sometimiento de los derechos de las personas y de los pueblos al imperio de mercados globales desregulados.

¿Es inevitable esta hegemonía conservadora? ¿O, por el contrario, es imaginable una cultura de izquierdas que no sea subsidiaria del pensamiento derechista hegemónico? Hay un buen número de argumentos para defender la idea de que una cultura renovada de izquierdas es necesaria y posible. Y, también que hoy es más fácil hacerla posible que 50 o 100 años atrás. Creo que las piedras angulares de un sistema de pensamiento progresista podrían ser tres: un concepto evolutivo y participativo de la democracia; una visión social humanista contraria al darwinismo social clasista y una defensa radical de los principios complementarios de igualdad de oportunidades y de respeto a la diferencia sexual, lingüística, cultural o religiosa. Bien mirado, se trata de la actualización de los tres conceptos que resumían los ideales de la Revolución francesa: libertad, igualdad y fraternidad.

No hay más. De forma genérica, el despliegue de estos principios actualizados lleva a defender un modelo social en que el espacio público se organice sobre el principio de laicidad. En el que no se confunda desarrollo económico con progreso social, y en el que se apliquen unas políticas públicas fuertes y estables que garantizan una igualdad de oportunidades real. La cultura de izquierdas es meritocrática, no aristocrática. Es civil y pacifista, no militarista. Reivindica el papel civilizador de la cultura entendida como espacio de participación. Y se halla más cómoda con el cosmopolitismo que parte del respeto a la diversidad, que con el nacionalismo étnico o imperialista. No reniega de la globalización, pero combate la uniformidad, la falta de control democrático de los mercados y las nuevas formas de plutocracia global. Tampoco es tópicamente antisistema, sino que reclama la democratización efectiva de la economía, la política y la cultura.

Traducir este tipo de ideas en programa político y acción de gobierno no tiene por qué ser fácil. Particularmente, si la ideología releva al conocimiento y si se confunde radicalidad con extremismo. Conviene recordar que algunas transformaciones progresistas como la masificación de la cultura no habían sido previstas por las organizaciones revolucionarias. Y también que la aplicación práctica de algunos programas teóricamente de izquierdas han llevado históricamente al establecimiento de nuevas formas de despotismo autoritario, estatista y conservador. La oposición derechas/izquierdas no es unívoca, dogmática ni estática, pero los conflictos de intereses entre los diferentes colectivos sociales, y la lucha por el poder que se deriva, son tanto o más actuales en este siglo XXI que a finales del siglo XVIII. La diferencia es que ahora hay más base democrática y más conocimiento crítico para pensar y aplicar políticas progresistas.