Al contrataque

El aceite en Españistán

La podredumbre ha alcanzado ya tales cotas que España puede mirarse en el espejo de la Italia de hace 20 años

OLGA MERINO

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En una escena de El Padrino, el mafioso Virgil Sollozzo, apodado El Turco, formula una súplica desesperada a Marlon Brando Corleone: «Necesito un hombre con amigos poderosos. Necesito un millón de dólares en efectivo. Necesito, don Corleone, a todos esos políticos que usted carga en el bolsillo como si fueran centavos». Pues bien, esta es la música que viene sonando en Españistán en los últimos tiempos: a día que amanece, nuevo escándalo de corrupción. Ahora aflora el 3% madrileño, otro Gürtel en el que también ha metido mano el PSOE, el desmantelamiento de una red que se ha saldado con 51 detenciones, incluida la de quien fue mano derecha de la lideresa Aguirre.

Como el diablo se esconde en los detalles, no deja de tener su miga que uno de los detenidos, el ínclito Francisco Granados —«llámame Paco», dicen que pedía en las distancias cortas—, regalase aceite durante la campaña del PP por las municipales del 2003. Hasta 20.000 botellas repartidas en los mítines por la alcaldía de Valdemoro. ¿Y quién pagó los palés de oliva virgen? Pues un empresario del ladrillo. Fetén. Y muy simbólico lo del aceite como lubricante que engrasa las ruedas dentadas del mecanismo para minimizar la fricción. El unto es a la política como la yema al huevo.

La podredumbre ha alcanzado ya tales cotas que España puede mirarse en el espejo de la Italia de hace 20 años, carcomida hasta los cimientos por una infección que convirtió a Milán en la Tangentópoli; es decir, la ciudad de los tangenti: los sobornos, las mordidas, el yo te adjudico un contrato de obra pública y tú me invitas a risotto y sobre. Propició una mascletá que pulverizó a partidos clave, como la Democracia Cristiana y los socialistas de Bettino Craxi.

Un sábado a fondo

Pero el espejo italianizante es aquí mucho más negro y triste, como los aguafuertes de Goya, porque el asunto se arrastra de lejos. Al caciquismo del siglo XIX, con la alternancia de partidos durante la Restauración, sobrevino el franquismo clientelar, en el que las familias adeptas al régimen se repartían el poder, mientras que el advenimiento de la democracia no se aprovechó ni mucho menos para hacer un sábado radical en las estructuras del Estado.

La crisis no solo señala a una clase política corrupta, caduca y cerrada en sí misma; la crisis es casi apocalíptica: institucional, monárquica (cambio dinástico en un pispás), moral, económica y territorial. Porque el malestar catalán está siendo utilizado como cortafuegos, y a las ansias legítimas de un pueblo por expresarse, Rajoy contrapone obsesivamente el misal de la ley. A este paso, impugnarán hasta el pensamiento.

Cuando se toca fondo, ya solo cabe esperar la resurrección, la purga, el fuego salvífico. Y, virgencita, virgencita, que la catarsis no se apellide Berlusconi.