Opinión | Editorial

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Lo absurdo del boicot en la era global

Es urgente buscar una mejora manera de expresar el malestar por la gestión política de los dirigentes catalanes

Un ama de casa comprando en un Supermercado

Un ama de casa comprando en un Supermercado / periodico

Los expertos, los sindicatos, los empresarios (sean extremeños o catalanes) coinciden en señalar lo absurdo del boicot que desde algunos foros de las redes sociales se ha propuesto contra los productos catalanes a raíz de la fracasada declaración de independenciaJosep Borrell fue el primero en advertirlo. En primer lugar, por lo difícil que resulta hoy localizar un producto. ¿De dónde es una sopa con un accionariado en la bolsa de Londres, la sede social en Barcelona y la fábrica en Cáceres y fabricada con materias primas de Murcia y Badajoz? En segundo lugar, porque las empresas son sus accionistas y sus gestores pero también, y fundamentalmente, sus trabajadores. Si la empresa va mal, ¿quién va a sufrir sus consecuencias y qué ideología va a tener? Con la estadística en la mano, hay más de un 50% de potenciales víctimas que ni siquiera han votado por opciones independentistas. Y en tercer lugar, el boicot resulta absurdo porque no arregla nada y arrastra a un mal funcionamiento general de la economía en el conjunto de España y en la totalidad de los sectores afectados.

Como ha explicado un empresario, que se venda menos cava también es malo para el que se produce en Extremadura. Hay, pues, que poner fin cuanto antes a esta absurda espiral y buscar otras maneras de expresar mejor el malestar con los dirigentes catalanes. 

Esta reflexión no es óbice en todo caso para denunciar a los verdaderos responsables de este embrollo, que son los dirigentes de la Generalitat hasta la aplicación del artículo 155. O mintieron intencionadamente –cosa que el 21-D puede ser debidamente sancionado en las urnas– al negar las consecuencias reales de sus decisiones políticas o ni siquiera fueron capaces de calcularlas, lo que les inhabilitaría para volver a gobernar, no por sus ideas sino por su impericia.

Los datos son claros y el flujo comercial interregional alcanza casi los 40.000 millones de euros, una cifra que los consellers de Economia o de Empresa tenían la obligación de poner encima de la mesa del Consell Executiu antes de que se tomaran ciertas decisiones. Esa es la misión de los gobernantes y no simplemente plegarse a las demandas de los sectores más exaltados de una sociedad para evitar ser acusados de traidores. Y esa es la dinámica que no se puede volver a repetir aunque se defienda cualquier ideología.