El segundo sexo

Abierto por inventario

Cumplir 50 años es la verdadera bisagra de la vida, el momento de preguntarte si estás satisfecho

OLGA MERINO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El mes que viene me caen los 50. Escojo adrede el verbo caer porque visualizo el cinco y el cero forjados en un molde de hormigón, desplazándose raudos por la vertical del aire hasta desplomarse sobre mis hombros con toda la fuerza de la gravedad. Cataplum. ¡Cincuenta! Un guarismo rotundo. ¿Y cómo ha sido? Pero si parece que fue ayer que… No hay remedio: me he convertido en mi propia meteoróloga -¿a quién no le cruje una rodilla?- y ya me la trae al pairo quedarme en casa un sábado por la noche tirada en el sofá con un libro o el mando de la tele. Soy, en detestable expresión, una señora de mediana edad.

Aunque impactaban también, los 40 fueron otra cosa, el tránsito hacia una etapa diferente, de asentamiento. Pero son los 50, creo, el verdadero umbral de la vida, la edad bisagra, el momento del ahora o nunca, el lapso en el que uno toma conciencia de la propia finitud; antes, las arrugas, las enfermedades, la muerte a destiempo, eran cosas que les sucedían a los otros.

El cuerpo lo sabe, claro; se entera mucho antes que la cabeza de lo que se viene cociendo. Entre mis amigas coetáneas, incluso a las más flacas, las que parecían anguilas tendidas al sol cuando nos escapábamos el día entero a la playa, las muy locas, les asoma ahora el michelín cuando se sientan. Que si las hormonas, que si el metabolismo, que si patatín, pero ahí está el maldito pliegue de grasa, de mayor o menor calibre. Las tetas conservan su dignidad.

Pero dejemos a un lado lo físico y pasemos a lo que de verdad importa: hijos, amigos, logros profesionales, plenitudes, ilusiones, novios, maridos y amantes. De alguna manera, los 50 son una frontera que invita a la reflexión, a hacer inventario y a formularse la madre de todas las preguntas con su ristra de variantes: ¿soy feliz?, ¿tengo la vida que deseo?, ¿estoy viviendo para mí?, ¿hago lo que quiero o lo que los demás esperan que haga?

Si te intuyen de bajón y presumen que es por la edad, es posible que a lo mejor te digan: «Mujer, pero si tienes toda la vida por delante». Mentira podrida. No es cierto, y tampoco estás en la mitad de la existencia, porque 50 más 50 suman 100, pero precisamente por eso, porque no lo estás, se presenta ante ti la oportunidad de dar el último golpe de timón si es que lo precisas. It's now or never, cantaba Elvis.

Por lo menos, a estas alturas, uno ya ha aquilatado suficientes herramientas como para ponerse a la tarea de hacer balance con menos riesgo de autoengaño. Ya sabes quién eres, lo que te gusta y lo que no quieres, que de eso ya tuviste las dos tazas. Aunque aún puedan dártela, has aprendido a distinguir a la gente tóxica y vampírica para mantenerla en cuarentena, bien lejos. Ya has pasado por un divorcio como para hablar alegremente de casorios. No aspiras a cambiar a los demás, ni a que nadie te salve de tu mismidad. Las gafas del realismo le han puesto brida a la ambición desbocada: una ya no puede convertirse en astronauta, ni en campeona olímpica de triatlón. Ya no estás para milongas, ni para conversaciones peñazo.

Y te atreves mucho más que antes a decir lo que piensas. Michelle Obama, por ejemplo, celebró hace un año su medio siglo, y en las invitaciones que mandó a sus huéspedes les advirtió bien clarito : «Eat before you come!». O sea, que acudieran cenados, que de sólido solo habría cuatro canapés y la tarta de cumpleaños, para una noche que se perfilaba larga y muy bailada.

Si me pongo a rellenar con cruces los casilleros de lo vivido, haría algún pequeño ajuste, como cualquiera, supongo, pero en general me siento satisfecha. Hijos: no los tengo porque no quiero, y me da rabia que a las mujeres que optan por una vida en que la maternidad no tiene espacio aún haya quien las considere cojas, revestidas de un aura de pérdida o carencia.

Amigos, familia: lo mejor en todo este tiempo. Ahí están siempre, a las verdes y a las maduras, aguantando nuestras manías y terquedades. Los turres telefónicos mutuos. Las viejas bromas, las complicidades, el tiempo compartido. Ser amigo es querer envejecer en paralelo.

Maridos, novios, amantes: me gustaría enamorarme otra vez y me temo que volveré a caer de patitas en el cubo. Pero de otra manera. A estas alturas del partido, uno ya sabe que los fuegos de artificio del amor duran lo que duran y que la única forma de que el paso del tiempo no corrompa el sublime sentimiento es afinando con el destinatario. Es decir, el corazón solo debe entregarse a alguien digno de ser tu amigo.

Ilusiones: con mayor o menor fortuna, hice de mi vida la escritura -o tal vez fue al revés- y en esa procesión pretendo seguir aunque sea con el cirio tronchado. Con ganas de dar la pelea y aprender a hacerlo mejor. Sin otra pretensión que entenderme a mí misma y a este liote que llamamos mundo. Por el simple gusto de contar cuentos tan efímeros como este.