Abengoa y Deloitte, caída y papelón

JESÚS RIVASÉS

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Abengoa, la joya industrial-tecnológica de Andalucía, controlada por la familia Benjumea, ha caído con estrépito en unas pocas semanas. Felipe Benjumea fue apartado de la presidencia de la compañía en un último intento desesperado de salvarla. Se fue con más de 11 millones de euros bajo el brazo y un contrato de otro millón adicional por una especie de asesoría durante un año. Otros ejecutivos también fueron apartados con jugosas compensaciones. Todos ellos dejan atrás una deuda bruta de 23.612 millones, de los que 7.600 son a corto plazo y otros 5.469 a proveedores. También se quedan, con el alma en vilo, los 28.000 trabajadores del grupo, 7.000 de ellos en España, que ven peligrar su futuro. Todavía más negro lo tienen los 50.000 accionistas minoritarios, que han visto cómo su dinero prácticamente se ha esfumado y sin haberse beneficiado de las prebendas a las que tenía acceso la familia Benjumea, gracias al 57% que poseía en la compañía. Una historia triste de una gestión manifiestamente mejorable y en una especie de borrachera/burbuja de deuda que, al final, como siempre, ha estallado.

Los sombras en la historia reciente de Abengoa no se reducen a la gestión del equipo que encabezaba Felipe Benjumea. Hay más. Hace nueve meses, exactamente el 23 de febrero de 2015, Manuel Arranz Alonso, socio de la auditora Deloitte, firmaba el "Informe de auditoría independiente de  cuentas anuales consolidadas" de Abengoa correspondientes al ejercicio de 2014, que se había saldado, entre otras cosas, con un beneficio -según esas cuentas- de 121 millones de euros. El informe decía, en resumen, que todo estaba correcto, aunque, quizá por si las moscas, en un obtuso y perdido párrafo añadía que "debido a las dificultades inherentes del sistema de control interno sobre la generación de la información financiera, incluida la posibilidad de connivencia o de imposición del criterio de la Dirección por encima de los controles establecidos, es posible que no se prevean o detecten a tiempo incorrecciones materiales". Es posible que los responsables de Deloitte se agarren, como clavo ardiendo, a estas frases para esgrimir que ya hicieron sus advertencias, pero son excusas de mal pagador. El auditor ha refrendado en los últimos años las cuentas de Abengoa y ahora todo se ha caído como un castillo de naipes.

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El batacazo de Abengoa aviva el debate sobre el valor de las auditorías, cuyos fallos se repiten con demasiada regularidad. Hay patinazos históricos, como el de Enron en Estados Unidos, que se llevó por delante a Arthur Andersen. En España, en los últimos años, los auditores no advirtieron de lo que podía ocurrir en Pescanova y en Bankia, tras bendecir durante años los números, solo en el último momento señalaron algunos problemas. Algo no funciona si las empresas auditoras -que perciben ingresos suculentos- una y otra vez no detectan problemas que conducen a sus auditados al desastre. Esta vez Deloitte, la compañía que preside Fernando Ruíz, vuelve a estar en el ojo del huracán, pero no es la primera vez que patina ni la única auditora a la que la realidad pone colorada.