ARTÍCULOS DE OCASIÓN

A la vuelta del triunfo

DAVID TRUEBA

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Aunque escribir de fútbol resulta redundante por estar colocado en el primer plano de nuestra vida, siempre conviene hacer un balance de final de temporada, más que nada para clarificar algunos comportamientos. Tanto el triunfo en Liga de mi equipo, el Atlético de Madrid, y el del otro equipo de la capital, el Real Madrid, en Europa, parecen señalar una ruta futbolística que a muchos les habla de una nueva hegemonía. El contraataque ha vencido a la posesión. No sé si los juegos también sucumben a modas o ciclos, pero lo más sorprendente ha sido ver el proceso de un equipo como el Barcelona, cuyos jugadores eran casi los mismos que lograron la excelencia pero, a partir de una concienzuda autodestrucción del pasado reciente, sin la confianza ni esa fe entregada a una manera de jugar. La carencia de control de balón en los equipos ganadores ha regalado un fútbol físico y muy veloz en la delantera, con una contundente y pobladísima defensa. El drama de esta manera de entender el juego llegó para el espectador cuando se enfrentaron en semifinales europeas dos equipos que renunciaban a la posesión. Así, el Atlético de Madrid y el Chelsea pusieron en escena el peor partido jamás soñado una tarde ominosa en el Vicente Calderón. Resultaba miserable ver a jugadores caros y dotados practicando esa cosa espesa y negativa de los clubes modestos, el patadón y la carrera solitaria de un punta.

Pero lo más clarificador del fútbol llegó con la final de Champions, que es el nombre hortera que le damos a la Copa de Europa. Las crónicas la recordarán por la conquista de La Décima para el madridismo y por la misma trágica frustración del Atlético 40 años después de su anterior cita: rozó la gloria y vio cómo esta se esfumaba en el descuento. El mito de ese equipo se acrecienta con ese destino quebrado, en el que sales ganando incluso cuando pierdes. Pero lo más esclarecedor es que, de acabar el partido en el minuto 90, el entrenador del Real Madrid habría sido despedido, el portero Casillas maltratado después de un fallo notable, Sergio Ramos cuestionado por la grada y el presidente añoraría la psicosis colectiva que se originaba en cada derrota durante las temporadas precedentes, sustentada en difusas persecuciones arbitrales y mafias de dirigentes. Pero un cabezazo espléndido de Sergio Ramos en un córner en el minuto 93 cambió todo eso, se reescribieron las gacetillas por la heroica y el discurso fue de efusivo triunfo. Todo ello sin reparar en la delgada línea que separa el fracaso del éxito deportivo.

La insolvencia para sostener un discurso, un juego, una estética, un modelo, se hace patente cuando la derrota arrasa con todo y el triunfo convierte al ganador en un modelo de perfección, aunque no haya ni modelo ni aspiración a lo perfecto. La incapacidad para mirar con perspectiva proyecta grandiosidades donde a lo mejor hay una decadencia larvada e impide la corrección sustentada en la inteligencia de la observación. Toda derrota se fraguó en un triunfo anterior no desenmascarado como se debía. No hay nada de malo en festejar el triunfo, se logre como se logre, pero no confundamos la alegría con la sabiduría. El resultado se merienda toda reflexión, he ahí la frustración de sentarse a escribir de fútbol.