Al contrataque

A favor del alcalde

ERNEST FOLCH

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De vez en cuando, el vértigo de la actualidad puede  ser una bendición porque permite alejar del foco conflictos que necesitan silencio para destensarse. Justo antes de la abdicación que lo barrió todo, vivíamos Can Vies al minuto, como si estuviera a punto de llegar el fin del mundo: el Rey compareció y ya nadie se acordó de los contenedores. Unos días después, ya con más perspectiva, sabemos que el conflicto lo generó una decisión tan evitable como incomprensible: después de 17 años, el Ayuntamiento de Barcelona pensó que podía resolver sin ningún coste un problema que quizá no pedía ninguna solución urgente: ejecutó una vieja orden judicial y convirtió Sants en un avispero. El resultado de aquella mala decisión fue que unos violentos que nada tenían que ver con Can Vies plantaron allí una de sus franquicias antisistema y empezaron su particular festival de destrozos. La oleada de violencia fue muy bien aprovechada por aquellos a los que siempre les interesa más contabilizar contenedores inertes que desahuciados de carne y hueso: les faltó tiempo para provocar una perversa confusión entre el movimiento pacifista del recinto y una violencia importada que nada tenía que ver con él, para así deslegitimarlo, en sintonía con la clásica táctica made in Spain de señalar como terrorista al correspondiente rival ideológico.

Y así estábamos cuando el alcalde tomó de repente la opción más difícil: paró el derribo de Can Vies incondicionalmente, a sabiendas de que sería linchado. Y así fue: los mismos que el día antes aplaudían la demolición de un recinto que cumplía una misión social que no querían reconocer se tiraron a la yugular de Xavier Trias. Se le señaló por tierra, mar y aire, se le acusó de legitimar la violencia y se le dedicaron expresiones tan agradables como «bajarse los pantalones» y «hacerse caquita»: por lo que se ve, los defensores del sistema se transforman en punks verbales cuando se les lleva la contraria. Pero han pasado unos días, y pese a tantos improperios la suspensión del derribo se ha demostrado que era la única vía real para bajar el suflé: el problema sigue ahí, pero al menos la violencia ha desaparecido. La paradoja es que al final el alcalde se ha quedado solo. Sin los suyos, que lo insultan; sin la oposición, que ha sido también incapaz de reconocer la rectificación, y por supuesto sin los activistas de Can Vies, que siguen sin querer negociar.

Gesto de grandeza en soledad

Y es que a veces los gestos de grandeza solo se hacen en la más estricta soledad. Trias ha hecho algo inaudito en nuestro país, que es desautorizarse a sí mismo, y quién sabe si autoinmolarse, con el único objetivo de enmendar un grave error que había cometido. Mientras un coro pedía una demagógica mano de hierro, el alcalde ha actuado sin estridencias y con un inesperado e impopular guante de seda. Quizá pierda las elecciones, pero aquí tiene mi aplauso.