CONTRACRÓNICA

A euro la unidad

Más que una 'mani', parecía una partida de damas en un bar bodega con olor a moscatel

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Javier Pérez Andújar

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Después del terror, de la confusión, de la tristeza y de la urgente necesidad de una empatía que quedó envuelta por la desesperación de volver a la normalidad, y envuelta también por la incapacidad de creernos que eso estaba ocurriendo aquí, llegó este sábado la gran catarsis colectiva. Pero primero había sido el atentado en el corazón mismo de Barcelona a manos de los que creyendo que representaban algo no representan a nadie más que a la muerte...

¿Quién dijo gran catarsis colectiva? La 'mani' ha estado desmitificadora a tope, por expresarlo en términos del clásico. En el suelo se amontonaban carteles ('No tenim por', 'No a la islamofòbia', 'La millor resposta, la pau') y las rosas (rojas, blancas y amarillas), que se repartían a los manifestantes pero que ya nadie cogía.

La manifestación era como nuestros días: con dos extremos. En el de arriba, en los Jardinets, bajo un calor achicharrante se amogollonaba la gente que había acudido al llamado, el personal, la peña, la carne de la manifestación, que también es carne de todo en la vida cotidiana. En el extremo inferior se concentraban las autoridades. Ya saben, los que han salido por la tele.

Como en Finlandia

En medio, es decir, a lo largo de todo el paseo de Gràcia, nada que uniera al pueblo con sus representantes, sino una sucesión de lagunas habitadas por grupos de desfilantes. Como en Finlandia, pero con bochorno canicular y del otro. Sí, el pueblo unido ha hecho todo el bulto que ha podido, pero no ha sido capaz de alcanzar al poder, que ni lo ha esperado ni lo ha querido ver.

De por medio, el brillo del alquitrán y un cansino ondear de banderas. Unas eran gigantes, megalobanderas salidas de un patriotismo jurásico, y otras de tamaño humano como para llevar al campo, y a los toros cuando había. Gran profusión de 'estelades', que es lo que se lleva ahora como antes se llevó el tractor amarillo.

Estas habían entrado también por las calles de abajo del paseo para colocarse y chupar cámara tras las autoridades y de paso chupar audio de pitos y flautas. Con el 'prusés', la figura del perroflauta ha sido desplazada por la del 'pitiflauta'. Más que una 'mani', parecía una partida de damas en un bar bodega con olor a moscatel.

A la altura de la Pedrera, se habían quedado colgados (en el espacio y en el tiempo) los corpúsculos frikis de las banderas rojigualdas. Los cuatro o cinco miembros de la Unión Monárquica Española daban vivas al rey Felipe VI rodeados de gente que no les hacía ni caso. Ser monárquico mola si se tiene el fraseo de Valle-Inclán pero, la verdad, para venir a sufrir a la sombra de un sucio pseudoplatanero bajo la contaminación caliente de agosto...

¿Y las víctimas?

Pero quienes pillaron de lo lindo fueron unos que llevaban una enorme pancarta con el lema: 'España contra el terrorismo. ¡Gracias Majestad!' (eso, y un puñado de banderas rojigualdas), pues les seguía un montón de manifestantes, de los de 'estelada' y de los de sin bandera, que no paraban de increparles, abuchearles y silbarles.

A una señora mayor, de esas señoras mayores que van a las manifestaciones, se le hincharon las narices, y se salió de su grupo. Cuando pasaba bajo la cinta de protección que recorría la calzada, murmuró: "Son unos mierdas". Ni unidad entre los manifestantes y las autoridades, ni unidad entre los propios manifestantes.

Ni unidad con las víctimas. Y eso que la 'mani' era por ellas. Porque, ¿qué banderas representaban los más de 30 países, patrias, naciones... de los asesinados en la Rambla? ¿Dónde estaban en esta manifestación los invisibles, los muertos? A ratos, en algunas partes de la 'mani', cuando nadie gritaba sino que solo se escuchaba el estruendo de las palmas al ritmo de las tres sílabas de 'No tinc por', se sentía que una terrible fuerza sin ninguna palabra, sin ningún idioma, que evocaba a los confinados para siempre al silencio.

La emoción pasó de largo

Porque, insisto, la 'mani' era por ellos... ¿o solo lo hemos hecho por nosotros? Nosotros que tantas veces hemos repetido estos días: "Uy, yo paso siempre por ahí". Sin embargo, la tarde del atentado quienes teníamos que pasar no estábamos y los que por casualidad pasaban, los que únicamente iban a pasear por la Rambla un día en su vida, fueron quienes perdieron la vida. Fueron unos desconocidos (niñosmujeres y hombres) quienes nos reemplazaron con sus vidas. Quizá porque ya hace tiempo que hemos alquilado a los visitantes nuestros pisos y nuestras calles, y así nuestro lugar en ellas.

¿Y toda esa emoción que, al quedar tan indefensos estos días, nos ha hecho sacar lo mejor de nosotros mismos? No puede pasar de largo como ha sucedido en la 'mani' de este sábado. Porque estos días hemos vuelto al bar y el camarero asiático nos ha mirado comprendiendo lo que tiene de milenario el dolor humano; porque hemos vuelto al supermercado destartalado de los 'pakis', y ellos han buscado en nuestros ojos nuestra comprensión como si fuésemos jueces en vez de víctimas; porque al día siguiente del atentado hemos vuelto a coger el metro y de nuevo nuestros ojos se han convertido en escáneres; y porque en medio de todo esto hemos decidido que no tenemos miedo y que el resto es ruido, ni siquiera silencio.

Tenemos que demostrar que Barcelona no tiene miedo, ni siquiera de sí misma.