El turno

A Barcelona le han hecho un traje

LLUCIA RAMIS

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Para el día de su coronación, el rey pide que le confeccionen un traje. Su sastre le dice que está hecho de un material invisible ante los ojos necios. Ni los ministros ni el pueblo quieren parecer necios y, en la gran fiesta, todos aplauden. Hasta que un niño entre el público grita: «¡Mirad! ¡El rey está desnudo!».

Como siempre que se acercan unas municipales, los políticos van de listos y esta vez planean cubrir las vergüenzas de la ciudad con una norma antinudista que sancionará incluso a quien vaya sin camiseta. No han hallado más justificación que la estética, cuyo cumplimiento solo puede llevar a cabo una moda arbitraria y elitista. Y disfrazan el rechazo por el turista (que económicamente viste tanto) con las galas de la elegancia y el respeto.

A nadie le gusta que las Ramblas emulen la cubierta de uncutrecrucero, con hombros enrojecidos al sol, melanomas cual medallas y crema de coco refulgiendo en las espaldas. Pero ¿sabrá la Guardia Urbana distinguir un bañador de unas bermudas? ¿No recuerda esta medida a ciertos regímenes que prohíben mostrar el cuerpo y el rostro de las mujeres? ¿Qué pasará cuando lo que ofenda a la vista no sea un torso al aire, sino unos kilos de más, el color de la piel, unpiercingo unas gafas? ¿Llegarán a multarnos por no llevar la marca Custo Barcelona?

La iniciativa reviste de clase una burda estrategia recaudatoria, porque el hábito hace al dócil. Ya dice el refrán que quien se apresura acaba hecho un pintas. Y aunque se vistan de seda, con las prisas por aceptar esta ordenanza cínica, a los socialistas les asoma el rabo. Por el amor de Dior, que se dejen de trapos sucios y pongan los hoteles del centro a 600 euros la noche, así tendrán la ciudad que quieren conseguir a precio de saldo. Con estos parches, nadie ve que la democracia se queda en pelotas.