La mujer y la política

Feminismo institucional

Si las dirigentes de los 70 hubiesen sido fieles a sus principios, hoy el Partido Feminista sería grande e influyente

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LIDIA FALCÓN

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En España la estrategia de los grandes partidos ha sido imponer la idea de que el único feminismo útil es el institucional, del mismo modo que se desprecia a toda formación política que no alcance escaños en el Parlamento, por lo que las pequeñas no tienen apenas oportunidad de hacerse conocer, como es el caso del Partido Feminista. Sin embargo, a no ser porque desde 1975 se constituyeron asociaciones independientes de los partidos para liberar definitivamente al feminismo del secuestro en que lo tenían, las mujeres no habrían avanzado ni aún lo poco que han conseguido.

El movimiento feminista se descapitalizó de la mayoría de sus más conocidas dirigentes cuando estas decidieron integrarse en las estructuras de poder y solo quedamos en él aquellas más firmemente convencidas de que la lucha no solo es alegría, como decíaEmmeline Pankhurst-y pone en mi bocaLaura Freixasen un artículo reciente-, sino también la entrega apasionada a la defensa de los derechos humanos, de los desprotegidos, de las mujeres, con el coste que tal integridad comporta, a la vez que responsabilidad hacia los que te necesitan. Aunque muchos consideren que sin remuneración y coche oficial no es de recibo sacrificar tiempo, energía y dinero, abandonando las trincheras más incómodas y peligrosas y aceptando los alambicados eufemismos con que el poder justifica siempre su dejación de principios, su complicidad con el capital y su rendición al imperio -véanse los documentos de Wikileaks-, se está traicionando a las víctimas de la rapiña capitalista y de la opresión patriarcal.

Ante la acusación de abandono de los objetivos más ambiciosos, las defensoras del feminismo institucional argumentan que solo desde un Gobierno es factible llevar a cabo transformaciones a favor de las mujeres que desde un pequeño grupo de oposición nunca se pueden conseguir. Pero si se examinan con detenimiento, las estupendas reformas de las que presumen en los últimos años no son tantas ni tan exitosas. La celebrada ley contra la violencia no demuestra en su recorrido la eficacia que le atribuyen, y no solo, aunque no menos, por el espantoso número de mujeres asesinadas en el año 2010 por hombres -muchos de los cuales debían cumplir una orden de alejamiento-,

sino también por no proteger más que a esposas y compañeras estables de los maltratadores, por abandonar a las mujeres prostituidas, por no defender a los niños maltratados y abusados, por no exigir responsabilidades a los jueces, fiscales, forenses, médicos, psicólogos, asistentes sociales, por el abandono de su deber de proteger a las víctimas y por haber permitido la impunidad de la campaña sobre las denuncias falsas, entre otras dejaciones. Que se minimice la masacre que están sufriendo las mujeres demuestra que el llamado feminismo institucional a quien únicamente sacrifica es a las víctimas.

Si hablamos de la ley de igualdad, el resultado es aún más ridículo. Tras la implantación de esa norma, en el Parlamento hay dos mujeres menos que en la legislatura anterior y no ha crecido un ápice el número de las que han accedido a cargos de responsabilidad: por no crecer, ni siquiera en el Gobierno, en el que ya son menos que unos años atrás y del que han salido dos muy cualificadas:María Teresa Fernández de la VegayBibiana Aído. Y para colmo, se ha eliminado la joya de la corona: el Ministerio de Igualdad.

Quienes han denunciado el abandono de las obligaciones del Estado en la protección de sus ciudadanas han sido los partidos feministas que han ejercido de oposición, imprescindible en todo Estado democrático. Defender que solo exista el feminismo institucional sería como convertir a los sindicatos en departamentos del Ministerio de Trabajo, lo que en infaustos años ya conocimos gracias al sindicato vertical.

Si el grueso de las dirigentes del movimiento feminista hubiese seguido siendo fiel a sus principios, al análisis que hacíamos en los años 70 de la lucha por transformar la realidad y a la defensa de los intereses de las mujeres, y hubiera convertido al Partido Feminista en un partido grande e influyente, habríamos sido determinantes en España de la política respecto de la mujer e inducido a otros países a afianzar el feminismo político.

Manteniendo eternamente unas asociaciones de mujeres que se limitan a reclamar mortecinamente cambios legislativos sin enfrentarse nunca a los que detentan el poder -no se vayan a enfadar- no adelantaremos nada en todo el siglo. Y eso siendo optimistas, si tenemos en cuenta la predicción con que nos obsequió la OIT en la Conferencia de la Mujer de Pekín, según la cual para alcanzar la igualdad entre el hombre y la mujer, a tenor de lo avanzado en los últimos siglos, harían falta 475 años.

Como ejemplo contrario a la conducta de las socialistas españolas tenemos a las suecas, que se han constituido en Partido Feminista denunciando sinceramente la falta de avances en la igualdad de las mujeres que está padeciendo su país. Pero parece que para ser tan sinceras hace falta ser suecas. Abogada.