Opinión | EDITORIAL

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Temor al cambio de régimen en Egipto

Seis días después del inicio de las protestas en Egipto, sigue sin verse con claridad el desenlace de este desafío mayúsculo y popular al régimen de Hosni Mubarak. El nombramiento de un vicepresidente, por primera vez en 30 años, en la persona del exjefe de los servicios secretos Omar Suleiman, y de un nuevo primer ministro, Ahmed Shafiq, no es la solución que desean los egipcios, que siguen manifestándose en la calle pese al toque de queda. Esta operación continuista no representa ningún cambio democrático aunque podría allanar el camino a una posible salida de escena delrais y satisfacer al mismo tiempo a un Ejército que sigue disfrutando de prestigio entre la población. Por otra parte, la convergencia de la oposición en torno al premio Nobel de la Paz Mohamed el Baradei para que negocie una transición es un paso en la buena dirección, pero en Egipto hay mucho más en juego que un simple cambio de régimen.

Es el país árabe más poblado, su peso e influencia política y diplomática en la zona está fuera de toda duda. La frontera que comparte con Israel y el acuerdo de paz que ambos países firmaron en 1978 convierten a Egipto en un interlocutor privilegiado de EEUU y en receptor de ayudas militares. El fantasma que ahora se alza ante la solución de la crisis egipcia es Irán. Una revuelta popular acabó con el régimen autocrático del sah Mohamed Reza Pahlevi. Siguió un Gobierno que introdujo reformas democráticas, pero fueron aprovechadas por el ayatolá Jomeini para instaurar una teocracia agresiva que, 32 años después, sigue firme.

Un cambio de régimen en Egipto podría significar el fin del acuerdo de paz con Israel si este cambio fuera protagonizado por los Hermanos Musulmanes, la única oposición organizada que en el 2005 consiguió una quinta parte de los escaños en el Parlamento. EEUU, temeroso de perder su influencia menguante en la zona y sin poder perjudicar a Israel, mantiene una posición ambivalente. Mientras defiende los derechos de los egipcios, ni apoya ni rechaza a Mubarak. Le pide reformas al tiempo que reclama una transición ordenada que impida un peligroso vacío de poder. Mientras, el tsunami sigue avanzando.