El epílogo

La caída de Egipto

ALBERT Sáez

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Egipto no es Túnez. Esta pieza juega un papel nuclear en el tablero de la política internacional porque interviene en muchos tableros a la vez: es frontera con Israel, muro de contención del integrismo en el Magreb, vecino de las monarquías del petróleo y llave de paso del canal de Suez. La revuelta contraMubarakno es, en consecuencia, un mero asunto de política interna y, con independencia de lo que le pase a él y a su régimen, en la revuelta que está en marcha también hay componentes que determinarán el futuro de las relaciones entre Occidente y Oriente, entre civilizaciones de distinta matriz religiosa y entre las democracias y las dictaduras. Todo ello se juega estos días en las calles de El Cairo.

La historia se repite

Nunca es fácil analizar las dinámicas políticas internas a cientos de kilómetros de distancia. Los egipcios han de decidir libremente su futuro, aunque no nos guste. Pero, pase lo que pase, lo ocurrido en Túnez, en Egipto y pronto en Jordania, y lo latente en Marruecos, en Argelia, en Libia o en Siria debería llevar a Estados Unidos, a Europa y a Israel a una profunda reflexión y a un cambio de paradigma. En Egipto emergió un modelo en el cual, para proteger la navegación del canal de Suez, se apoyaron todo tipo de dictaduras para contener el crecimiento de los radicales islamistas. Los Hermanos Musulmanes se crearon en Egipto en los años 20 del siglo pasado. Y en sus universidades se han formado las élites intelectuales de los principales grupos terroristas de raíz musulmana. La realidad es tozuda y privar a este tipo de formaciones de acceder democráticamente al poder no las debilita, sino que, a la larga, las fortalece. Y llega un día en que son suficientemente fuertes para promover una revuelta más o menos violenta. Y lo peor es que la connivencia occidental con los regímenes totalitarios que derrocan les legitima para cambiarlos por dictaduras religiosas. Pasó en Irán o en Irak y la historia se repite.

Las civilizaciones ni chocan ni se alían. Conviven y se influyen. Y la nuestra, hasta ahora, no ha influido para bien.