a pie de calle

Semanas de colores distintos

Salida de alumnos de la escuela Lestonnac de la calle de Pau Claris, ayer.

Salida de alumnos de la escuela Lestonnac de la calle de Pau Claris, ayer.

JOAN BARRIL

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hay unos momentos en los que las ciudades vuelven a ser foro romano, lugares de encuentro, Hyde Park y Canaletes. Son esos minutos previos a las cinco de la tarde, cuando en vez de salir los toros al ruedo -esa práctica salvaje y antigua abolida por otra práctica tan salvaje y antigua como la prohibición- lo que salen son los niños y niñas de las escuelas. Y ahí las conversaciones de padres, madres y abuelos se detienen porque en este país nuestro donde hay el griterío de un niño los argumentos más brillantes pueden fundirse.

¿De qué hablan los padres y las madres, los abuelos y los canguros mientras esperan que el gran tesoro familiar salga del templo del saber? En estos días se habla una vez más del trabajo de los maestros. Todo el mundo se atreve contra el maestro. Desde los parlamentarios convencidos de que el saber depende de la lengua en la que se enseña hasta esos señores y señoras que entre la disciplina escolar y la palabra de un niño mimado no dudan en mimarle un poco más. En todo el sistema educativo público o concertado el maestro es el chivo expiatorio de las incapacidades y el despiste de los padres. Engendraron un niño precioso y ahora, a medida que crece, se dan cuenta que a menudo el niño precioso se ha convertido en un pequeño monstruo. En ningún momento se admite la idea que los valores educativos también se difunden en el marco familiar. Resultado: la culpa de todo la tienen los maestros. De eso se habla a las puertas de las escuelas. De eso y de esa manía del profesorado de hacer valer sus derechos laborales, ya saben, el horario intensivo, el control de la escuela antes y después del inicio y final de las clases y ahora, cómo no, lo de la semana blanca.

Ahí donde antes había convivencias y colonias ahora va a llamarse semana blanca. Los padres insisten: «Eso son ganas de los maestros de tomarse una semana de vacaciones». Otros insisten: «A mí lo de la semana blanca tanto me da. Pero lo que no puede ser es que las clases empiecen a mediados de septiembre, cuando incluso los alumnos están aburridos de no saber qué hacer.

La verdad es que la dicha semana blanca, concebida como un extraño y prolongado viaje hacia una nieve que -a decir del cambio climático- tiende a desaparecer, es algo difícilmente comprensible. ¿Se puede llegar a pensar que una semana deslizándose montaña abajo sobre unos esquís va a contribuir a un mejor desarrollo intelectual de los alumnos? La semana blanca podría ser sustituida por la semana verde, si se llevara a niños y niñas al bosque. O tal vez se podría instituir la semana a cuadros, una semana en la que los alumnos se entregarían en cuerpo y alma a la práctica del ajedrez.

Al fin, en el foro previo a la salida de la escuela, alguien dice algo realmente sensato. «Se llame como se llame la dichosa semana, lo único cierto es que los que van a acabar pagando el pato van ser una vez más los abuelos». Claro que tal vez ahora, con la prolongación de la edad de jubilación, hasta los abuelos desearán que sus nietos vayan a romperse la crisma en esas pistas nevadas que Dios nos ha dado y que los franceses han convertido en un elemento esencial de su plan de estudios.