DEFENSORA DE LA IGUALDAD

Las cuentas bien cuadradas

Los números tenían buen cartel. Incluso se los consideraba sinónimo de realidad. Luego cayó el mito. Recuperar el prestigio de las cifras también pasa por revelar si estas hablan de hombres o de mujeres.

EVA Peruga

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Para ir bien, las cuentas tienen que cuadrar. Si, como relatan los nuevos fenicios, más allá de la economía solo queda un páramo, habrá que ajustar los números a las realidades de la vida de mujeres y hombres para que salgan las cuentas. Para ello, las cifras y las estadísticas deben incluir la perspectiva de género, ya que solo a través de su aplicación se sabrá qué hacen y cómo los hombres y las mujeres en la sociedad, la economía y la familia.

Si los números determinan nuestro presente y apuntan nuestro futuro, las mujeres deben estar incluidas en ellos. La fuga de datos a la que lleva la falta de identificación por sexo hace fracasar la planificación social, política y económica e impide cuadrar las cuentas. Acuciados como estamos con el término innovación, choca que administraciones e instituciones aún no apliquen el sencillo método de precisar cuántas mujeres y cuántos hombres encierran sus cifras, como se alienta desde Pekín 1995. Una práctica que no se le escapa al mundo de la publicidad.

SI EL LIBRO DE Hans Magnus Enzensberger nos enseñó lo fácil que resulta afrontar los números, igual de sencillo es detectar las conclusiones erróneas a las que nos conducen las cifras sin desagregar entre hombres y mujeres. Respecto al fracaso escolar, por ejemplo, los datos publicados en los últimos años con separación entre sexos nos muestran que son los chicos quienes aportan el grueso de este fracaso. La cifra, que no interpretación, sirve para formular acciones específicas para ellos y, en consecuencia, colocar la primera piedra para enmendar la situación. Por la segregación conocemos también un dato que ya constituye un clásico de las teorías sobre la diferencia de capacidades intelectuales entre hombres y mujeres: las chicas no pueden con las ciencias. Al rescate llegan informes como el de Mercedes López Sáez, profesora titular de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), según el cual en la elección de carreras técnicas o ingenierías (27% de mujeres) existe «influencia de factores psicosociales». Tener una mejor orientación espacial no implica tener menos talento matemático, según la investigación publicada en la revista Science por la profesora norteamericana Janet Hyde, que entierra los estereotipos.

La ausencia de segregación en las cifras esconde quién está detrás de ellas, como la cortina oculta a los candidatos en algunas pruebas musicales para impedir su identificación por sexo. Prolongar ese punto ciego puede tener incluso como objetivo político silenciar a la sociedad las circunstancias injustas en las que vive parte de la población. ¿Cómo, sin esos datos segregados, se hubiera conocido que el rostro de la pobreza en el mundo es femenino o las desbordantes ausencias de las niñas en las escuelas del tercer mundo, o su destino como carne de cañón de la trata de seres humanos? ¿Cómo, sin esos porcentajes separados, sabríamos que la mayoría de mujeres en el mundo occidental ejercen de escolta, según el término anglosajón, de su familia y sus parientes?

TRAS LA introducción paulatina de esta conciencia de género, parece increíble que alguna administración se aventure a marcar sus prioridades, sea en sanidad, en educación o en el mundo laboral, sin exigir esos datos concretos. ¿Cómo cuadrar las cuentas si no? ¿De qué forma, en pleno latigazo económico, se puede ayudar al más débil si no se sabe quién es?

La maqueta de una ciudad o de un país no se puede construir sin anotar las necesidades concretas de ellos y de ellas. Ya que la situación económica obliga a gestionar con bisturí, la radiografía social deberá ser precisa para intervenir solo donde haga falta.

Si en la Tierra hubiera solamente 100 personas, 15 adultos serían analfabetos, y 10 de ellos serían mujeres. De los 2.000 millones de pobres que hay en el mundo, el 70% son mujeres, según la ONU.