El turno

Guía para la noche electoral

ANTÓN Losada

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Lo primero es preparar la noche con un precalentamiento, para que los primeros sondeos no le cojan en frío. La red y los medios rebosan de análisis y pronósticos donde, con los mismos datos, se extraen conclusiones opuestas, acreditando la certeza de Winston Churchill sobre la estadística: los números convenientemente torturados confiesan lo que uno quiere. También sirve una buena comida familiar, bien surtida de cuñados y cuñadas de amplio espectro ideológico y con ganas de pelea.

Una vez iniciada la acción, se recomienda prestar atención relativa a cuanto digan los protagonistas. Lo importante es cómo lo dicen. Si tiene el buen gusto de seguir la noche por la radio, la clave reside en el tono de voz del candidato. Si por cuanto le preguntan le viene la risa floja, arguye que es pronto para hacer valoraciones y recomienda esperar a mañana para tomar decisiones con la cabeza fría, póngase en guardia. No se crea una palabra si eleva el tono de voz a cada momento para enfatizar su profunda satisfacción por los resultados.

Si se decanta por el seguimiento televisivo, fíjese en el lenguaje corporal del político entrevistado. Si mira de lado o al suelo, si se frota las manos como si le ardiesen o chasquea el cuello como si se tratase de la niña de El exorcista, no compre nada de lo que diga. Póngase aún más en guardia si le deslumbran permanentemente con una sonrisa más larga que un anuncio de dentífrico.

No se sorprenda, pero todos ganarán y nadie perderá. No es un milagro. Es pura supervivencia. El candidato sabe que en los oscuros pasillos del partido aguardan compañeros sedientos de sangre, atentos al menor gesto de debilidad. Si alguien sale a reconocer que los suyos han perdido será porque aspira a suceder al candidato y se ofrece a segar su cabeza en público. Pero pase lo que pase, no lo dude, el lunes ganarán los buenos y perderán los malos.