Gente corriente

Rocío Pérez: "Antes yo era un destrozo, hoy me siento persona"

Un ejemplo de reinserción. La Fundación Ared y su propio coraje cambiaron un destino de abusos, violencia, marginación y cárcel.

Rocío Pérez

Rocío Pérez

NÚRIA NAVARRO

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La de Rocío Pérez (Alicante, 1964) es una historia de redención. Tras una vida de abusos y malos tratos, de marginación y de cárcel, encontró en la Fundación Ared para la reinserción de mujeres el camino a la autoestima, al respeto y la esperanza. Le dieron una oportunidad y la aprovechó.

-Soy hija de un pescador. La cuarta de una familia numerosa. Dormíamos todos en literas. A los 14 años mi hermano mayor abusó de mí varias veces y me quedé embarazada. Como la deshonra ya estaba hecha, mi padre consideró que él también tenía derecho y a los 17 años volví a quedarme embarazada...

-¿Su madre estaba al tanto?

-Ella iba a vender el pescado por las tardes. Le gustaba estar en la calle y jugar a las máquinas. Las tres hermanas le rogábamos que no nos dejara solas, pero no nos tomaba en serio. Un día le pedimos que se escondiera en la despensa y pilló a mi padre. Lo denunció y lo encerraron tres meses en prisión. Después de dar a luz me fui de casa. No podía más. Con todo mi dolor tuve que dejar a los dos niños. Los veía como a mis hermanos.

-¿Qué hizo entonces?

-De todo, menos prostituirme, fumar droga y beber. Nunca lo hice. Una familia gitana me intentó vender en un club de alterne. Me dejaron allí, pegada a la pared, negándome a subir a las habitaciones. No sé cómo, pero me escapé. Dormí en pajares y fui por los campos recogiendo alcachofas y naranjas.

-Estaba sola.

-Me junté con un gitano, para estar recogida. Pero él solo vivía para la droga. Me hacía dormir en el suelo y me despertaba con una escopeta en la sien. Yo guardaba el género en la ropa interior para que no lo consumiera; de no venderlo, los ajustes de cuentas hubieran empeorado las cosas. Estuve cinco años con él y tuve tres hijos. Me ahogaba. Me metí en una residencia para madres solteras y me puse a limpiar. La familia del gitano se enteró de dónde estaba y se apropió de los niños.

-No hay palabras.

-Me puse a trabajar de cocinera en un restaurante, pero apareció mi hermano mayor, recién salido de la cárcel, y lo acogí en casa.

-¿Acogió a quien tanto daño le hizo?

-Yo sabía lo que era dormir en la calle y era de mi sangre. Un día le fui a buscar a un conocido barrio marginal. Hubo una redada y me confundieron con la mujer de un surafricano. Me metieron en el calabozo y me dijeron que le delatara. ¡No le conocía! Al final me soltaron. «Perdón de sala», dijo mi abogado. Nuevamente embarazada, me vine a Catalunya. La víspera del inicio del niño en la guardería apareció en casa la policía. Dijeron que estaba en busca y captura con orden de ingreso en prisión inmediato, que debía tres años.

-¿No la habían exculpado?

-Llamamos al juzgado y dijeron que la novia de mi hermano había declarado en mi contra. Creo que recibí un castigo por no chivarme. Ingresé en prisión con el niño. El mes y medio que me tiré dentro me pareció un infierno. Me bebía las lágrimas. No sabía por qué estaba allí y jamás había visto lo que vi dentro. Había peleas por un yogur. Muchas estaban dopadas por la metadona. El nene empezó a andar en ese ambiente. Me sentía tan culpable por él... El día de Reyes me llegó el tercer grado.

-Fuera la condena resultó más llevadera, imagino.

-Afortunadamente, encontré a la Fundación Ared. Me enseñaron a coser. Nunca había cosido y al principio me quería morir. Pero insistieron e insistieron. ¡Lo que pasaron conmigo! Todo iba bien hasta que empecé a tener problemas de salud.

-¿Problemas graves?

-Tenía 56 piedras en la vesícula, me operaron y, poco después, detectaron algo anormal en el útero. Trabajaba, estaba sola, tenía que volver al quirófano. No quería que me quitaran al nene por tenerlo descuidado y decidí dejarlo con una familia de acogida. Al cabo de un año me di cuenta de que era injusto para el niño y para aquel matrimonio quitárselo. A mi lado no hubiera tenido la educación que quería para él. Al despedirme, le dije: «Nunca dudes de mi amor, porque perdería la vida por ti». Creo que hice lo que debía.

-Han pasado casi siete años.

-Gracias a Ared soy una persona civilizada y respetada. Tengo un contrato de trabajo indefinido en una empresa de limpieza. He ido aprendiendo a quererme, a saber apreciar quién me conviene y quién no, a compartir, a aceptar consejos. Antes me sentía marginada, era un destrozo. Hoy me siento persona. Entiendo cuáles son mis cualidades. Y no pierdo la esperanza. Si una persona lucha, puede salir del hoyo. Es cuestión de dejarse ayudar.