Gente corriente

Ricard Garcia: "Si voy al banco y veo que tengo dos millones, los doy"

El profesor espartano. Tiene fama de avaro, pero todo lo que ahorra lo entrega a Unicef. Ya ha donado cientos de miles de euros.

Ricard Garcia

Ricard Garcia

GEMMA TRAMULLAS

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A sus 77 años mantiene el tipo atlético, pero la dureza de su expresión, su feroz mirada juvenil, casi ha desaparecido. Lo que conserva intacto es el sentido del deber, tan estricto que parece de otra época. Experto en lenguas germánicas, ha dado clases de español en EEUU y Japón; ha estudiado, entre otros idiomas, suajili y chino, y ahora anda ocupado con el turco. También pinta, centenares de cuadros que atiborran su vivienda de Barcelona, cuyo interior parece que se congeló hace 40 años.

-¿Recuerda su primera donación?

-Fue al jubilarme, hace 17 años. Había invertido unos ahorros en unos bonos de Telefónica y me encontré con cuarenta y pico millones de pesetas (240.00 euros) en mi cuenta. Lo di todo a Unicef. Desde entonces, cuando voy al banco y veo que he ahorrado uno o dos millones, los doy.

-¿Por qué lo hace?

-La pregunta sería: ¿por qué no lo hacen los demás? Si no lo hace la gente que se siente afectada por los problemas, mal iremos.

-¿Qué le afecta tanto?

-Que tantos seres humanos mueran en la extrema pobreza mientras muchos disponemos de más de lo que necesitamos es cruel y vergonzoso. Nos creemos buenos, pero parte de la humanidad muere cuando disponemos de los medios para evitarlo.

-Tenemos muchos gastos...

-Yo no soy multimillonario, cobro una pensión y mantengo mis gastos por debajo del umbral de la pobreza. No tengo coche, no como mucho. Me he ganado la reputación de ser un maldito y despreciable avaro.

-¿No le ha contado a nadie lo que hace con el dinero que ahorra?

-Algunos amigos lo saben, pero prefiero ser el hombre invisible, no me gusta que me señalen. Espero que no se me reconozca mucho en la foto.

-Entonces, ¿por qué ha accedido a dar esta entrevista?

-Porque existe una mínima posibilidad de que toque algún corazón.

-¿Cuándo fue la última vez que se tomó un café en un bar?

-El dueño del bar de debajo de mi casa no me ha visto nunca entrar. Mis amigos dicen que parece que no pueda disfrutar de la vida.

-¿Qué mal hay en disfrutarla?

-No tengo nada en contra de que un señor se gaste 20.000 pesetas en una botella de vino bueno, ¿pero no sería mejor hacerlo sin pensar que hay gente que se muere de hambre?

-Es que ese señor no lo piensa.

-Hay dos clases de personas: las que no les importan las desgracias de los demás y las que se sienten afectadas y hacen algo para solucionarlo. Como las primeros no van a cambiar, la única esperanza está en que la segunda categoría se dé cuenta de que lo que hace es insuficiente.

-Ya. Pero usted exagera, ¿no?

-No digo que vacíen sus cuentas corrientes, pero si aumentáramos las donaciones podríamos oír el grito «¡ya es suficiente!», y volveríamos a gastar sin remordimientos.

-¿Usted se cree bueno?

-Muchos amigos míos son mejores personas que yo. Yo no soy bueno, lo que hago no lo hago por generosidad, sino por egoísmo, para no faltar a lo que para mí es un deber irrenunciable. Cuando doy un millón, no me lleno de felicidad; me quedo igual.

-Que den los millonarios, le dirán.

-Mire, eso es como si alguien se estuviera ahogando y yo lo estuviera viendo con Mark Spitz a mi lado. ¿Sabe quién es Mark Spitz?

-El campeón de natación.

-Bueno, pues es como si yo le digo a Mark Spitz que tiene que tirarse él porque nada mejor y, como él no quiere hacerlo, yo tampoco me tiro.

-Muy gráfico. Quizá si tuviera familia pensaría de otra forma.

-Tener familia no es una excusa para no hacer nada.

-Es usted muy exigente. Debía ser un hueso como profesor...

-Perdone. Yo he cumplido con mi deber. Conmigo no va eso de que todos somos amigos y nos llamamos de tú. Mi estilo era más a lo Gestapo.

-Ya me lo imagino, ya.

-Si veía a alguien en el pasillo a la hora de clase, le pedía el nombre y lo apuntaba en un papel. El chico se asustaba y no volvía a hacerlo.

-¿Qué hacía con aquellos nombres?

-Nada. Nunca fui un profesor que aplicara castigos. ¡Vaya! Tanto hablar, me he perdido el curso de chino que dan por la parabólica.

-Lo siento.

-No pasa nada. No siempre tengo la oportunidad de charlar tanto rato. A veces llega la noche y me doy cuenta de que no he hablado con nadie en todo el día.