La cola violenta del 29-S

Los graves altercados del 29-S en el centro de Barcelona reactivan el debate de la respuesta que deben dar los poderes públicos a unos jóvenes sin arraigo ni ideología en los que, bajo un manto de presunta radicalización política, anidan un pensamiento y una actuación que entran claramente en el terreno de la delincuencia. Nadie se puede llevar a engaño: lo sucedido el miércoles no fue una airada protesta juvenil con argumentos sociolaborales, sino un rudo episodio de guerrilla urbana perfectamente urdido.

Como en el despliegue de esa estrategia de violencia jugó un papel logístico de primer orden el inmueble que fue de Banesto en la plaza de Catalunya, ocupado desde el sábado por individuos antisistema, los ciudadanos se preguntan, perplejos, cómo es posible que ni la policía ni los jueces supieran ver y desactivar el riesgo que eso suponía cara a la huelga. Ayer, Interior y el juzgado correspondiente se endosaron la responsabilidad de poner en marcha el procedimiento para el desalojo, lo que aumenta la desazón. Casi tanto como saber que el número dos de laconselleria, Joan Boada, fue a manifestarse en Girona cuando los mossos se multiplicaban para controlar la jornada.

La justicia es muy lenta contra los okupas, quizá víctima de una legislación hipergarantista que beneficia más a quien se apodera de una finca que a su legítimo propietario. Un excelente caldo de cultivo para quienes, como los salteadores del miércoles, están prestos a prender la mecha de la violencia a la menor ocasión. Se debería aprender de esta lección.