dos miradas

Una rosa es una rosa

josep maria Fonalleras

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

He comido, en el restaurante La Calèndula, croquetas de caléndulas. Y pétalos de rosas, flores de calabacín y jalea de violetas. Y he tomado una cerveza elaborada por ellos mismos y que se llama Gala, de flores. Para digerir la cosa vegetal, más estambres y carpelos: una infusión de hinojo y calaminta menor. Es el menú que Iolanda Bustos ha preparado para protestar contra la iniciativa de la Agència de Protecció de la Salut que instó al horticultor Josep Pàmies a dejar de comercializar flores destinadas a la cocina. Esta semana, ella y unos 30 cocineros más han apostado por introducir flores en la carta, más flores aún de las que habitualmente utilizan. Con su presión vegetal, por lo que parece, y gracias a una rectificación sensata, han logrado que el asunto haya sido solo un susto administrativo.

Mucha gente puede pensar que se trata de una cuestión menor y que, ante una hamburguesa con patatas fritas, kétchup y mostaza, no importa que las flores hayan estado a punto de ser desterradas de nuestra dieta. Gertrude Stein ya dijo que rose is a rose is a rose is a rose, y no seré yo quien le lleve la contraria. Además, quien haya comido fiore di zucca, rebozadas, crujientes, tiernas y dulcísimas, sabe que las flores no son solo olorosas u ornamentales, sino también un manjar suculento, sustancioso y nutritivo. La flor -no hay que olvidarlo- reúne y condensa dos ideas contradictorias y fructíferas en la contradicción: es inútil y a la vez necesaria.