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Ayudar a Pakistán contra los radicales

La opinión del diario se expresa solo en los editoriales. Los artículos exponen posturas personales.

Pocas veces una catástrofe natural ha alcanzado la magnitud de las inundaciones en Pakistán, que han causado casi 2.000 muertos y 20 millones de damnificados y han afectado a una cuarta parte del país. También pocas veces la ayuda internacional ha sido tan cicatera. Solo se ha recibido poco más de una tercera parte de lo solicitado por la ONU. Explicaciones para esta vergonzante tacañería hay varias.

La peor es la de que la época de vacaciones es la menos propicia para hacer donaciones. Otra explicación es la cobertura mediática. A diferencia de un terremoto, en el que las imágenes ya resultan estremecedoras desde el primer momento, el impacto visual de un diluvio no es instantáneo y se construye con el tiempo. En este caso, han sido necesarias más de dos semanas para que la magnitud del desastre apareciera en su dimensión real, compitiendo además en los medios con otras catástrofes como los incendios en Rusia; las inundaciones en la vecina India, en la que se vieron atrapados numerosos turistas occidentales, o los deslizamientos de tierra en China. Se puede explicar también la sordera ante la petición de ayuda por la distancia geográfica y cultural.

Pero hay otra explicación, y es el déficit de imagen que tiene Pakistán, agravado ahora por la incapacidad y la parálisis de las autoridades civiles y militares ante el desastre. Vecino de Afganistán, Pakistán alberga numerosos grupos de radicales islamistas, entre ellos los talibanes, que controlan zonas del país. La connivencia entre sectores del Ejército, los servicios de inteligencia y estos grupos es notoria y documentada, lo que lleva a la idea de que la ayuda proporcionada acabará en manos de aquellos grupos. Por el contrario, es la falta de ayuda, sumada a la ineficacia del Gobierno, lo que puede permitir a los radicales ocupar el vacío dejado por el Estado, como, en otras circunstancias, ha ocurrido en Gaza con Hamás o en el Líbano con Hizbulá.

Entre no donar por miedo a que la ayuda vaya a los radicales o donar por razones humanitarias, y contribuir así a evitar que aquellos se alcen con el control de los corazones y las mentes de unos damnificados resentidos contra su Gobierno y contra Occidente, la alternativa es clara: donar.