Opinión | EDITORIAL

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Editorial: Melilla como válvula de escape

Como si de una serpiente de verano se tratara, vuelven a aflorar las regulares tensiones entre España y Marruecos. Esta vez, se trata de unos incidentes en la frontera de Melilla, una frontera por la que circulan diariamente miles de marroquís a pie, en su mayoría mujeres porteadoras, y de camiones, cargados todos ellos con las mercancías mas variadas, tanto legales como de estraperlo, en un negocio del que viven muchos a ambos lados de la frontera, ya sean ciudadanos de España como de Marruecos.

Dado el tipo de cruce fronterizo, no es de extrañar que la situación sea tan volátil que hace falta muy poco para que salte un incidente. Si encima es provocado, ya tenemos tensión diplomática. En esta ocasión, la excusa para montar esta escalada por parte de unos activistas marroquís es la supuesta brutalidad de nueve mujeres policía de la frontera española. Resulta sospechoso del más puro machismo que se acuse a estas agentes de ser una especie demujeres de Harrelson, mientras que nada se dice de sus compañeros. Pero el tema de fondo va mucho más allá de una cuestión de chovinismo machista.

La reivindicación de la marroquinidad de Ceuta y Melilla ha sido y será siempre una válvula de escape que permite al Gobierno de Rabat desviar la atención de sus propios problemas, que no son pocos. La hemeroteca es un fiel testimonio del uso de dicha aspiración para canalizar energías que podrían volverse en contra de las autoridades.

Las relaciones de España con su vecino del sur nunca son fáciles, sea quien sea quien esté en la Moncloa. El día 23, el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, visitará Rabat, donde se entrevistará con las autoridades marroquís para aclarar los incidentes y solucionar esta crisis. El anuncio sirvió para que los activistas que acusan a las mujeres policía y promovieron el boicot de las mercancías que entran en Melilla amainaran sus protestas desde la franja neutral que separa Melilla de Marruecos.

Seguramente, más funcionarios y mejores medios, como reclaman los sindicatos policiales, permitirían aliviar la tensión diaria en aquella frontera, pero el problema no está en Melilla. El problema está en Rabat.