En sede vacante

«¿Con quién dices que fuiste a pasear?»

Josep Maria Fonalleras

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Por desgracia (y la desgracia es enorme, constante y lacerante), la violencia de género se ha instalado nuevamente en los titulares, con cinco mujeres asesinadas en una semana. En circunstancias diversas, con órdenes de alejamiento o no, con denuncias previas o sin, con armas que van desde los golpes más brutales a la voluntad criminal de un cuchillo o una azada. También un empujón desde un sexto piso. La evidencia de la acción del agresor siempre nos pone ante el compromiso ineludible de la condena más comprometida, de la denuncia de una situación insostenible. Nos encontramos y hacemos un minuto de silencio y abominamos de conductas que no pertenecen al reino de la racionalidad, nuestro reino.

Al día siguiente, nuestra civilidad, en el mundo ideal donde pensamos vivir, recibe más bofetones. No noticias de más asesinatos, sino de una encuesta que nos habla del huerto donde se cultivan todas las formas de hierbas venenosas que luego provocan la muerte indefectible del inocente y, quizá aún más grave, la pérdida de la dignidad como ser humano. Es lamentable y desolador, por descontado, que un 35% de los adolescentes varones españoles crean que «controlar todo lo que hace la chica» con la que salen no es maltratarla. Y también lo es que un 30% piensen que no es maltrato decir a la chica que no vale nada. Pero aún me desconcierta más que haya chicas (un 26% en el caso del control y un 18% en el del desprecio) que estén de acuerdo con sus novios.

Nada es gratuito, nada nace de la casualidad. La azada que se levanta al cabo de unos años sobre la cabeza de la mujer, el cuchillo que se clava en su barriga, el sórdido puñetazo o el torpe empujón nacieron un día en una pregunta no tan inocente: «¿Qué hacías, ayer, paseando con las amigas? ¿Y después? ¿Con quién te tomaste una cerveza?»