Tras la sentencia del Tribunal Constitucional

La independencia como aglutinador

La unidad de la reacción ciudadana sería más firme si se hiciera desde unos ideales más radicales

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ORIOL Bohigas

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Este artículo fue publicado originalmente el 4 de julio de 2010. Con motivo del fallecimiento del arquitecto y urbanista Oriol Bohigas ha sido republicado el 1 de diciembre de 2021.


La sentencia del Tribunal Constitucional ha supuesto un doble bofetón al proceso de asentamiento de la democracia, tan lento y tan inseguro en España, muy fácil de manipular y tergiversar tanto desde el exceso como desde el sectarismo conservador. La situación está cargada de contenidos estratégicos y de posibilidades de futuro político, y esto hace que se imponga como tema obligado a la hora de escribir un artículo, aunque sea repitiendo lo que dicen tantas otras voces. En un tema como este, la repetición y la coincidencia son factores que pueden ser más decisivos que las elucubraciones demasiado personalizadas.

El bofetón, efectivamente, ha sido doble. Por un lado, ha liquidado las ingenuas esperanzas que aún manteníamos de una España plural, esa mentira con la que nos han tenido distraídos y engañados durante los últimos 30 años. Ahora, pues, será aún más difícil insistir desde Catalunya en la formulación democrática de una España abierta e integradora. Es decir, será difícil lograr una estabilidad política que dé un cierto confort a los ciudadanos de uno y otro lado.

ADEMÁS, la sentencia ha dado un empujón definitivo a la desafección política de los ciudadanos. Y este segundo efecto es más grave aún y tiene peores consecuencias para la buena aclimatación de la democracia. ¿Un ciudadano normal puede entender que un grupo de funcionarios conspicuos tarde cuatro años en preparar un dictamen que interrumpe la normalidad legislativa? ¿Puede aceptar la autoridad de estos jueces descalificados por razones políticas y de procedimiento? ¿Qué ha sido de los acuerdos entre el Parlament y el Congreso, y de los resultados del referendo celebrado en Catalunya?

¿Qué relación tienen la serie de detallitos esporádicos, pero malintencionados, sobre la lengua, la financiación, la justicia que contiene el fallo, con las esencias de la Constitución? La consecuencia inmediata es que la ciudadanía cree cada vez menos en la política y, sobre todo, en los partidos políticos.

Y ASÍ, desgraciadamente, muchos ciudadanos han acabado perdiendo la fuerza para defender los derechos propios a través de una democracia que no funciona. Y cuando un grupo, un colectivo o un partido propone una acción unitaria, de todo el país, nadie se lo cree del todo porque todo el mundo piensa que los intereses de cualquier orden -sobre todo los electorales- no van a permitir esta unidad.

Veamos, entonces, cómo cada partido se ha apresurado ya a aprovechar la ocasión para desprestigiar a los demás. Los socialistas no paran de decir que se trata de un fracaso del Partido Popular porque su demanda de suprimir más de 200 artículos se ha reducido a modificar una quincena. El PP acusa a los socialistas de no saber ni hacer ni tramitar leyes porque deben ser corregidas por los tribunales y pide una repulsa pública. CiU, de un lado, y los miembros del tripartito, del otro, hacen interpretaciones que conducen directamente a la campaña electoral. Quizá sí se conseguirá hacer una manifestación unitaria, pero al día siguiente ¿seremos capaces de seguir trabajando todos juntos? ¿Habremos recuperado un mínimo de entusiasmo patriótico para seguir alimentando las reivindicaciones nacionales, bajo unos partidos que ya nos merecen poca confianza como líderes de la reacción? Estamos en peligro de caer en la doble maldición del autoflagelo y el pasotismo permanentes en muchas de nuestras reacciones del día siguiente a las catástrofes.

Esta falta de confianza retroalimenta el mismo desencanto democrático que se suma a las preocupaciones cotidianas derivadas de la crisis económica. El país está abatido políticamente y no va a reaccionar solo con el viejo espejito de la reforma del Estado ni tampoco con el de las anuladas perspectivas del federalismo. Para superarlo hay que generar nuevas ilusiones, incluso las que, de momento, todavía deben plantearse en plazos largos y con realismos condicionados, como puede ser la reclamación de unos elevados niveles de independencia.

SEGURAMENTE, la unidad de la reacción ciudadana y política sería, ya desde ahora, más firme si se hiciera bajo unos ideales más radicales. Solo a partir de este tipo de radicalidad puede construirse un frente unitario que presente una reivindicación esencial y que no se disperse en los fragmentos de los distintos intereses partidistas. Si no es así, corremos el peligro de perder una ocasión importante, de gran trascendencia política, en unas circunstancias que van a tardar mucho tiempo en repetirse.

Es importantísimo, pues, no perder esta ocasión. Tenemos que mostrar la firmeza de todo el país y esto solo se logra asumiendo la radicalidad de los objetivos. No hay que discutir la sentencia que ha emitido el Tribunal Constitucional sobre el Estatut. Hay que hablar, directamente, de los ideales de la independencia.

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