Los días vencidos

Intransigencia

JOAN BARRIL

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El otro día, con motivo del partido de la selección española contra Honduras, unos 30 chavales que no debían llegar a los 20 años se presentaron ante el estudio de Catalunya Ràdio de la Diagonal de Barcelona y se dedicaron al insulto, a los escupitajos, a la rotura de los retrovisores y al flamear de banderas en honor de la heroica victoria de la selección. Les volví a ver el día del partido contra Chile. Eran más o menos los mismos y continuaban hablando de la puta Catalunya y de los mitos del pasado. En esta ocasión un ejército de mossos protegió la emisora y la cosa acabó con el habitual flamear de banderas.

El insulto supuestamente patriótico de unos chavales no me afecta lo más mínimo. Me produce intranquilidad, en cambio, el hecho de que el tiempo pasa para todos y que esos jóvenes llegarán algún día a adultos. Y me preocupa especialmente que esos chavales de las banderas preconstitucionales se exciten con el fútbol con la misma pasión con la que remueven el pasado. Para ellos Franco fue un ser providencial, y el golpe del 18 de julio, una necesidad. ¿Quién les ha llevado hasta allí? ¿En qué extraño lodazal se han alimentado? Para esos chavales la transición democrática fue sinónimo de traición. Y, convenientemente adiestrados por sus mentores familiares, prefieren ser los nietos de la guerra civil.

No es extraño que esto suceda. La derecha española no ha sabido dar soluciones teóricas a los retos del presente. Sus presuntos intelectuales son simples artífices de la maledicencia y del exabrupto. Su capacidad de diálogo es nula. Sus líderes parlamentarios son hooligans que ni hablan ni dejan hablar. Sus referentes espirituales se ciñen a la visión más intolerante del episcopado español. Ni los archivos de Salamanca ni las televisiones autonómicas ni la mera pretensión de desenterrar a los muertos de la guerra civil forman parte de su supuesta tolerancia. A cada exceso de sus cachorros, la dirección de la derecha calla y otorga. En la espera confortable de ver a un PSOE que está cavando su propia tumba, la derecha del futuro no ofrece más alternativas que la bronca. No es que esa España sea difícil de armonizar y de solucionarse. Es simplemente que esa España es pura intransigencia. Y la fiel infantería se dedica a los rituales parafascistas bajo la cobertura confortable del Partido Popular.

España es lo suficientemente grande como para que en ella quepamos todos. Pero el listón de esa España intransigente está cada vez más bajo y cualquiera puede apuntarse a él. El anacronismo de esa España que expulsa a sus jueces, que tumba estatutos, que recorta derechos individuales y lingüísticos y que se refocila en el exabrupto no pasa desapercibido en el extranjero. Volvemos a ser los raros de Europa. Y los Pirineos constituyen de nuevo una barrera democrática inestable.

Sería bueno que esa derecha que, desesperada, espera el último tropezón de Zapatero se esforzara en hacer los deberes y poner en cintura a sus elementos más díscolos y radicales. Hoy, por desgracia, el prestigio de esa derecha está en la destrucción y no en la construcción de nada. Sus líderes, como Esperanza Aguirre, son el símbolo viviente de la desfachatez democrática. Y sus jóvenes legionarios son esos chavales a los que les negaría la entrada el mismísimo David Cameron, gloria y prez del conservadurismo europeo.

El presente es preocupante. Pero el futuro todavía lo es más. O les ponen bridas a los corceles del apocalipsis o nos vamos por el barranco.