Tres rasgos significativos

ARCADI OLIVERES

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Cinco años transcurridos pueden servir para reflexionar sobre el significado de la indignación popular que ocupó durante semanas calles y plazas de todo el Estado y que, a mi juicio, nos ha deparado tres sorpresas de envergadura. La primera, quizá incluso para los mismos convocantes, fue la de constatar que su manifestación en la plaza de Catalunya resultó ser más participativa y exitosa que la que había organizado la víspera los sindicatos en protesta por los sufrimientos que sobre la población infligía la crisis económica. El grito del 15-M superaba el manifiesto sindical: había una exigencia de democracia que no fuera estrictamente formal, se formulaba también una queja por los desahucios, se pretendía que la libertad de expresión no quedara tocada por la llamada ley Sinde y, sobre todo, se vislumbraba un fuerte rechazo de la corrupción. La segunda fue la evidencia de una gran capacidad de organización y, a la vez, de improvisación, acompañada de un efecto mancha de aceite que pronto sería extensible a diferentes puntos del planeta. La imaginación no falló nunca, y las denuncias colgadas en los carteles y extendidas a través de las aún poco maduras redes sociales, eran propias de un manual de sociología del malestar. El análisis de la realidad que hacían los indignados se ha demostrado acertado. La tercera ha venido determinada por la evidencia de un inicio tímido pero esperanzador cambio político a raíz de las municipales de mayo del 2015 y también de unos cambios económicos, muy minoritarios, con la proliferación de iniciativas de economía social, solidaria y cooperativa. Quizá nos falte perspectiva, pero podemos afirmar que al 15-M hay que agradecerle al menos la generación de un cierto optimismo.