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Risto Mejide
Publicista
Publicista, autor y comunicador. Licenciado en Administración y Dirección de Empresas y MBA por ESADE. Columnista, tertuliano y colaborador de radio. Imparte conferencias sobre Marca Personal. En televisión le hemos podido ver en ‘Operación Triunfo’, ‘G-20’ y ‘Tú si que Vales’ de Telecinco, 'Viajando con Chester' de cuatro y actualmente en ‘Al Rincón’ de Antena 3. Ha publicado varios libros, todos con gran éxito de ventas: ‘El pensamiento negativo’ (2008), ‘El sentimiento negativo’ (2009), ‘Que la muerte te acompañ’e (2011), ‘Annoyomics, el arte de molestar para ganar dinero’ (2013), ‘No busques trabajo’ (2013) y ‘Urbrands’ (2014), flamante Premio Espasa 2014. Es socio fundador y director creativo ejecutivo de la agencia AFTERSHARE.TV desde el 2007. Cuenta con más de 2,5 millones de seguidores en Twitter, 680K en Facebook y más de 225K en Instagram.
RISTO MEJIDE
La humanidad no se divide en hombres y mujeres. Creo que ya deberíamos haber superado eso. Para empezar, porque eso significa confundir sexo con género. Y somos lo bastante mayorcitos para saber que no es así. Pero sobre todo, porque eso es obviar lo que realmente divide a los seres humanos a la hora de enfrentarse a la vida, que poco o nada tiene que ver con lo que tienen entre las piernas.
Tampoco creo que sea de recibo pensar en la atracción por un sexo u otro para determinar la posición de cada uno. Eso vuelve a ser retrógrado, manido y demasiado simplista. Yo creo en que hay hombres muy tía a los que les gustan las mujeres y que hay tías muy hombre que se sienten atraídas por el otro sexo. Hay tías muy hombre que se sienten atraídas por otra mujer y por supuesto tías muy tío que hacen lo propio. Lo mismo para nosotros. Y sí, también hay mujeres muy mujer y hay machos muy machos. Y todas las combinaciones que podamos imaginar entre medio.
Por eso también al menos a mí me gustaría que fuésemos dejando de decir «soy» gay o «soy» hetero. No deberías «ser» nada diferente por el hecho de que te gustase alguien del mismo o de distinto sexo. La sustitución de ese verbo «ser» por otros menos «existenciales» y «trascendentales» sí que debería ser un motivo de orgullo. Y satisfacción.
Pero entonces, ¿cómo lo hacemos? ¿De qué manera nos enfrentamos al reto continuo que supone pasar de simplemente respirar a, además, existir?
Yo creo que deberíamos dejar de identificarnos en nuestro DNI con un género, pues ya hemos quedado que eso es estúpido. Pero es que, además, creo que nos iría mucho mejor si nos identificáramos con una pregunta. Al fin y al cabo, las preguntas son eternas, son las respuestas las que van cambiando. Al fin y al cabo, todos abrimos un interrogante al nacer y nos pasamos la vida tratando de cerrarlo, sin darnos cuenta de que cada decisión planteará nuevas preguntas que saldar.
Somos una pregunta con patas. Somos el final de toda contundencia, el principio de todas las dudas que vendrán. Vidas retóricas en busca de respuestas que jamás nos darán. Y en ocasiones, hallamos la respuesta a otra pregunta que ni nos habíamos planteado, pero que ahí está. Y nos casamos con ella. O la dejamos pasar. O cualquier punto intermedio entre las dos.
Hay gente por qué. Se pasan la vida preguntándose eso, a ellos mismos y al resto del mundo. Por qué a todo. Y si no se lo contestan, te lo preguntan a ti. Y si tú no les das respuesta, la buscan en datos y hechos. Y si no los encuentran, van a por ellos. Algunos se los llegan a inventar. Tenemos que estarles muy agradecidos a los por qué, pues son las personas que nos han ayudado a evolucionar como civilización. Básicamente lo forman tres grupos, los científicos, los filósofos y las exparejas. Cierto es que el carácter femenino es muy por qué. Pero insisto, no se confunda con el género, pues no siempre coincidirá. Ni mucho menos.
Después está la gente para qué. Ante cualquier problema, es la primera pregunta que se plantean. Si no tiene utilidad, simplemente es una pregunta inútil, gratuita y descartada. Es la pregunta de los ingenieros, de los mecánicos y de la gran mayoría de los hombres de este planeta. O como mínimo, de los tíos demasiado tíos. Los para qué son los que sienten que si alguien les explica un problema, es para que les ayude a encontrar una solución. Y se la dan. Y no entienden el valor analgésico de simplemente compartir lo que te pasa, sin estar pidiendo a cambio un consejo. Los para qué viven felices hasta que se enamoran de un por qué. Y no me preguntes ídem, pero siempre acaban con uno de ellos.
Por último, pero no menos importante, está la gente por qué no. Estos sí que van muy buscados. Y no precisamente para hacerles un homenaje, sino para quitárselos de en medio. Son los más peligrosos del mundo. Porque son los que lo acaban cambiando de verdad. Por eso nunca se enamoran de algo que ya existe. Su único amor verdadero es aquello que todavía está por inventar.
Al final, seas del grupo que seas, tarde o temprano descubres que buscar la felicidad jamás está en encontrar todas las respuestas.
Sino en conocer cada vez más preguntas.
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