SED DE CIUDAD

Volvamos a la Rambla (de la que nunca nos habíamos ido)

Un recorrido sentimental por la calle más bonita del mundo

Trago en la fuente de Canaletas. La leyenda dice que quien bebe de ella vuelve a Barcelona.

Trago en la fuente de Canaletas. La leyenda dice que quien bebe de ella vuelve a Barcelona. / periodico

Juli Capella

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«Rambla es una palabra de origen árabe que significa camino de arena». ¿Cuántas veces habré repetido, como un loro, esta frase acompañando a gente por Barcelona? ¿Y si no es verdad? Da igual, la Rambla es una riera paralela a la muralla de la Barcelona Medieval y punto. Y por eso el pavimento recrea las ondas del agua.

Mi primer recuerdo, en la parte alta de la Rambla, es una hilera de sillas plegables a lado y lado, como en un desfile de moda. Podías sentarte allí pagando unos céntimos y ver el espectáculo de la gente paseando. Iba allí con mi abuelo, pues vivíamos en el apretujado Distrito Quinto -ahora Raval-, y ese era nuestro parque más cercano. Allí estaba la fuente de Canaletas. «Si bebes de esta fuente, dice la leyenda, volverás a Barcelona». ¿Cuántas veces lo habremos repetido todos los anfitriones barceloneses a nuestros visitantes? El problema es que se lo crean y se animen a beber, puaj. El agua de Barcelona siempre ha sido infecta. Como para no volver nunca. Pero ya ven que surge efecto. Récord de visitantes: cien millones al año rambleando.

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Cual Ramblo pues, me dispongo a adentrarme en esta jungla urbana, sin duda la avenida más bella del mundo. Un poco más abajo está el <strong>Teatre Poliorama</strong>, donde hubo el primer cine de la ciudad, en 1899. Al parecer, desde su cúpula pegó unos tiros George Orwell, según recuerda el erudito Lluís Permanyer. Y siguiendo por la misma acera, el edificio de Tabacos de Filipinas donde tenía un despacho Gil de Biedma. Allí hacía ver que trabajaba, pero escribía poesías, cabreado por el canto de los pájaros en los plátanos de la Rambla que no le dejaban hacer la siesta.

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Hoy, cómo no, es un hotel. Un poco más allá, la iglesia de Belén, uno de los escasos ejemplares de arquitectura barroca de la ciudad, donde íbamos a ver (¿adivináis?) la colección de belenes. Justo enfrente, el distinguido Palau Moja donde vivió Mosén Cinto, y que el Departament de Cultura de la Generalitat nunca ha sabido cómo utilizar. No sería raro que acabe siendo un hotel. De momento, en los bajos porticados, donde había una librería ya hay un restaurante.

Allí arranca Puertaferrisa, que nos recuerda que efectivamente en aquel lugar había una muralla con puertas para entrar, toc, toc, a la ciudad. Si llegabas tarde, te quedabas fuera.

No es broma: así, con los despendolados trasnochadores agrupados extramuros, es como empezó la vocación canallesca de esta calle, que aún perdura. Allí afuera hubo los primeros teatros de la ciudad; también las ejecuciones públicas. La Rambla siempre ha sido un vívido paseo de día y un atractivo antro de noche.

COLAS PARA PESARSE

En la esquina con Carme, el Regulador, un edificio neoclásico de la prestigiosa joyería Bagués Masriera. En la entrada ofrecían una báscula de suelo donde podías pesarte gratuitamente. Había cola: por aquel entonces la gente lo que quería era engordar. ¿A que no sabéis qué es hoy en día este edificio? Sí, efectivamente, también… ya hay más de 50 en la Rambla. Justo al lado está el Palau de la Virreina, retirándose de la alineación de fachada, pues la Rambla no se urbanizaría hasta finales del siglo XVIII. El virrey del Perú, Amat y Junyent, nunca llegó a usarlo, pero nosotros nos hemos puesto las botas visitando aquí excelentes exposiciones. ¡Viva el virrey!

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‘LIBÉRATION’ Y ‘PENTHOUSE’

Ojo, aquí ya hemos entrado en la Rambla de les Flors, hemos dejado atrás los infectos chiringuitos de gadgets y souvenirs que casi nos hacen añorar las antiguas pajarerías. Y mira que eran feas. Aquí las flores se convierten en arquitectura. Carolina sigue al pie del cañón repartiendo naturaleza, color y cariño, desde una caseta de Tonet Sunyer que no prosperó.Y pienso que el quiosco de prensa más bonito del mundo está aquí, en la rambla más bonita del mundo.

Lo diseñó Pep Alemany en los años 70 y ahora es mucho más moderno que entonces. Cuando llegó el destape, fue donde pudimos ver las primeras portadas de revistas guarras. Algunas lo eran tanto, que hacían lotes y las vendían en sobres de colores para tapar las portadas.Solo aquí encontrabas el diario Libération, fundado por Sartre, The Face, Domus, libros políticos, cervezas, medicinas o preservativos. Eran el minidrugstore de la época.

{"zeta-legacy-image-100-barcelona":{"imageSrc":"https:\/\/estaticos.elperiodico.com\/resources\/jpg\/1\/9\/1508945553891.jpg","author":null,"footer":"Portada de la revista 'De Dise\u00f1o', que descoloc\u00f3 a los quiosqueros.\u00a0"}}

Con Quim Larrea en los 80 creamos la revista De Diseño, y una vez publicamos en portada una joya de Chelo Sastre enseñando un pecho. Como los quiosqueros no sabían qué era eso del diseño –nosotros tampoco demasiado bien–, la ponían al lado del Playboy, el Penthouse y el Lui. ¡Qué gustazo! Pero no vendimos ni una.

DESAYUNOS DE COPETE

En la Boqueria resiste el bar Pinotxo, donde previo paso por el diminuto Kiosco de la Cazalla podías desayunar de copete a las siete de la mañana al salir de la plaza Reial. Solo si aún quedaba algo de pasta, muy raro. Juanito está igual, superando incluso a Jordi Hurtado

en metafísica longevidad.

Ir a comprar a la Boqueria con mi madre algún sábado era divertido; ir a El Corte Inglés, una tortura. Pero me incomodaba el trato hiperbólicamente afectuoso de las tenderas: «nen», «chato», «criatura». Yo alucinaba con los monstruosos crustáceos que se retorcían y conduciendo el carrito de la compra a todo gas.

{"zeta-legacy-image-100-barcelona":{"imageSrc":"https:\/\/estaticos.elperiodico.com\/resources\/jpg\/8\/4\/1508947786848.jpg","author":"JONATHAN GREVSEN","footer":"Juanito, alma del Pinotxo, templo de los 'esmorzars de forquilla' tras las noches de juerga.\u00a0"}}

PELOTAS DE GOMA

Entre un grupo de adolescentes insolentes fundamos el grupo teatral Krápula –dado mi talento, me invitaron amablemente a abandonarlo al poco tiempo–, e íbamos algunos domingos a ramblear, a ensayar. Aún no había estatuas humanas doradas dando sustos y forrándose. Pasábamos por mi casa, nos pintábamos, nos disfrazábamos y hacíamos performances improvisadas. Una, por ejemplo, consistía en hacer ver que uno se desmayaba y los otros interactuábamos con los transeúntes. No sé dónde estaba la gracia. Hoy seguramente nos habría detenido la urbana para multarnos. 

De la Rambla guardo también una pelota de goma, de esas que ahora se han vuelto a poner de moda. Ir a la Rambla durante la transición era de obligado cumplimiento para todo enfervorizado militante revolucionario presto a cambiar el mundo ya. Quedábamos cada fin de semana, independientemente de que hubiese un motivo o no. E indefectiblemente llegaban los grises –luego fueron marrones, luego azules, ahora negros–, pero siempre nos ponían morados.

Una vez me rozó una pelota de goma al escaquearme por Bonsuccés. La recogí y la guardé. Se la enseñé hace poco a mis hijas como reliquia de un vergonzoso pasado franquista. Pero, cáspita, ahora renace como vergüenza democrática. Por cierto, quien escudriñe con cuidado una pintura modernista del bar American Soda, al lado del Liceu, podrá ver en la fachada una pintura modernista original de 1910, con una bella damisela. En sus faldas se ve el impacto de una bala de goma de los años 70, justo en sus partes pudendas –¡qué puntería, la poli!– convenientemente disimulado con guache, cual Ecce Homo de Borja ramblero.

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SEÑORES Y TRUHANES

«Estás pisando un Miró. Mira: aquí está la firma». ¿Cuántas veces lo habré repetido al pasar por el mosaico del Pla de l’Os? Barcelona concentrada, color, gesto, magia, pura vida. En el Liceu, aun viviendo tan cerca, no pude poner los pies y abrir las orejas hasta los 30, ya demasiado tarde para enamorarme de la ópera. Pero sí había frecuentado enfrente el Cafè de la ídem, bareto ideal para zamparte un bocata entre bohemios y truhanes, ahora turistas.

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En esta zona comienzan las TTTT, Terribles Terrazas Trampa Turísticas. Aún recuerdo un día, hace décadas, que se me ocurrió sentarme en una y todavía me duelen el estómago y el bolsillo. Allá ellos, los guiris, si quieren gozar en primera fila del pase de rambleros. 

La plaza Reial es el auténtico oasis de la Rambla. El Karma, ese subterráneo entrañable, aún vigente, donde de forma pionera podías bailar salsa para fastidio de la mayoría punk y regocijo propio. Se podía fumar, y de todo: el humo no dejaba ver a un metro. ¿Cómo es que seguimos vivos?

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Al lado del Amaya recuerdo ver a decenas de prostitutas veteranas; enfrente, los travestis. Increíble fijarse en el umbral de la puerta, construido con un bloque de mármol, totalmente horadado por la huella de tantas horas de zapato femenino en el quicio del portal. En justa concomitancia, se abrió al lado el primer videoclub X de Barcelona. En las cabinas pasaban trozos de películas a veinte duros el minuto. Una ruina llegar hasta el final. A partir de ahí, la Rambla comienza a desdibujarse cual meandro que va a dar a la mar que es el morir. Pero hoy da al Maremagnum. Y detrás, al World Trade Center. Y más detrás, al Hotel Vela. El mar, cada vez más lejos; el puerto, atiborrado.

‘TURISTITIS’ AGUDA

Hoy la Rambla está aquejada de turistitis aguda creciente. No es grave, pero expulsa a otras plagas autóctonas, y se echan de menos, la verdad. Sin nostalgia. Ahora dicen que van a sanearla. Ya era hora, pero yo, como oriundo, creo que no tiene mucho remedio. Aunque como ahora colaboro con Amics de la Rambla y veo un buen proyecto, debo ser optimista. Y desearle a Itziar [González] más éxito que la última vez que intentó domesticarla. Ánimos. Pero no me quito de la cabeza la premonitoria canción del genial Sisa: «Han tancat la Rambla / han fet fora tothom…/ quin país més bèstia».