CINE SIN PALOMITAS

Siente el Zumzeig, un cine que vibra

No entender la película es maravilloso es de lo mejor que te puede pasar en este cine-cooperativa: la puedes volver a ver, asistir a un coloquio o incluso charlar con el director

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Carolina Benítez

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Horizontal. La cultura puede y debe aspirar a ser horizontal. Hay que enseñar al mundo que las cosas se pueden hacer de otra manera. Y este cine es un ejemplo. Su nombre es <strong>Zumzeig</strong>, el ruido de algunos insectos, y es vibrante. Es incluso el sonido de un proyector de cine.

También es el ruido que pretenden hacer desde el primer cine-cooperativa de Catalunya, un referente en Europa del cine experimental. Un modelo participativo, transparente y democrático, así lo definen en su página web y así lo explica Javier, uno de los socios y productor independiente.

Lo más importante es que no se quedan en una declaración de intenciones, sino que pasan a la acción. Acción y transformación. Dos conceptos que definen este espacio: un cine en el que pasan cosas. 

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«La gente que viene a Zumzeig tiene la última palabra, son los que pagan y acaban dando forma a este proyecto». Por esta razón, Zumzeig es algo más que un cine, es, en realidad, una sede social con carácter asambleario. «Hay que perder el miedo a la palabra asamblea», reivindica Javier, que posee una concepción del arte muy alejada del circuito comercial, donde lo único que importa, asegura, es el consumo y poco más. 

PERDERSE EN LA OBRA 

Desde Zumzeig se intenta tumbar la extendida idea del cine como mero entretenimiento. ¡Ojo!, que no es que no lo sea. «Existe vida más allá de la trama. Y una peli no es buena o mala en función de cuántas cosas pasen, ni de si pierde el bueno o gana el malo. Es el discurso lo que da validez a una obra.

Aquí ponemos el foco en esos aspectos, los tratamos, mimamos y también los descubrimos a través de presentaciones previas a las películas, debates a posteriori , coloquios o encuentros con directores, realizadores y guionistas. Y  no somos el único sitio que lo hace». Javier insiste en la importancia de perderse en una obra y no sentirse incómodo. Que no hace falta entenderlo todo y no hay que frustarse por ello.

Es más: se puede venir al Zumzeig y no ver una película. No es ningún pecado. Es suficiente con ir a escuchar música, intercambiar libros o encontrarse con algún friki al que le gusten aún más que a ti las pelis de Cantinflas

Aunque si lo prefieres, puedes optar por unas cañas en su bistrot y sentirte Amélie en un momento de delirio. También puedes pedir algo de comer. «Los platos son sencillos pero ricos, que es lo que importa», comenta Javier. 

Sin embargo, cine y comida no acaban de ser una pareja muy bien avenida en el mundillo cinéfilo. A algunos les parece la mismísima cara opuesta de una moneda. Pero no tiene por qué serlo, no en este caso. «La comida está vetada en la sala de proyección. Primero, por respeto a la obra y, segundo, por respeto al público», advierte Javier. 

Es importante matizar que se trata de dos espacios perfectamente diferenciados, pero que convergen en un mismo cosmos, y tanto uno como el otro dotan de sentido a un mismo concepto. 

AÚN MÁS SOCIAL

Hace poco más de un año, en plena crisis del sector y con todas las de perder, nadie apostaba un duro por la conversión de un cine -que era ya comprometido- a cooperativa.

Una aventura que seis temerarios decidieron emprender por amor al arte. Volver a levantar las persianas de este cine convencidos de un nuevo formato. Horizontal. La cultura puede y debe aspirar a ser horizontal. Larga vida al Zumzeig. 

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