CINE

La peli que los niños necesitan

'La vida de calabacín' es una maravillosa muestra de animación que reconoce la colisión entre felicidad y tristeza que define nuestras vidas

Nando Salvà

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No nos gusta ver a los niños sufrir. Y eso explica que la mayoría de películas infantiles se basan en una idea muy rígida de lo que las películas infantiles pueden ser: cursis, ingenuas y rotundamente alegres, como si hubiera que proteger a toda costa su inocencia frente a los sinsabores de la vida real. Por eso sorprende tan gratamente que un 'cartoon' hecho con muñecos de látex y silicona sí confronte esa realidad.

'La vida de calabacín' se las arregla para entender que la vida puede ser cruel, incluso para los más pequeños, y a la vez ser del todo recomendable para el público infantil: los niños pueden verla -de hecho deberían- a pesar de la abrumadora sensación de melancolía que transmite y de que lidie con asuntos tan dolorosos como la muerte, el abuso a menores y el alcoholismo.

La película arranca con una escena en la que un niño solitario usa la colección de latas de cerveza vacías de su madre a modo de piezas de LEGO, y al rato comprendemos que esa ni siquiera será la imagen más triste de la película.

Sin embargo, lejos de regodearse en la miseria, oscila con gracia entre la luz y la oscuridad para explorar formas constructivas que los niños tienen de lidiar con la tragedia.

Para ello acompaña al pequeño Icare -apodado Courgette, en castellano calabacín-, que es trasladado a un orfanato tras matar accidentalmente a su madre borracha y violenta. Allí no tarda en hacer migas con Simon, que a primera vista parece un abusón pero en realidad es un pedazo de pan, y que de forma desapasionada le cuenta tanto las complicadas circunstancias del resto de niños como el modo que cada uno tiene de afrontarlas: uno está enfadado, el otro moja la cama, otra sufre continuos tics.

Todos los internos sueñan con una vida distinta a la suya, pero lo importante es que 'La vida de calabacín' no ve esas circunstancias como un callejón sin salida. La franqueza con la que las discuten a su pueril manera es un recordatorio del optimismo y la energía inagotables que poseen los niños. Sus traumas obviamente no desaparecen, pero aprenden a vivir con ellos.

Al final, esta película increíblemente humana conmovedora concluye que la bondad y el coraje nos ayudan a lograr lo único que en realidad está a nuestro alcance: sacar el mayor partido posible de cada situación dada. Y que el mensaje sea articulado a través de figuras articuladas de cabeza gigantesca le añade una capacidad poética y conmovedora extraordinaria. Quien no se emocione al ver 'La vida de calabacín' es que no tiene corazón.